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Niños gozaron con los traídos de Nochebuena

FELICES Y SONRIENTES estaban los pequeños, quienes estrenaron los traídos del Niño Dios. Bicicletas y patinetas fueron los regalos más comunes.

  • Niños gozaron con los traídos de Nochebuena | Esteban Vanegas | Isabela y su hermanito Andrés estaban emocionados con sus nuevas bicicletas. Ellos se levantaron muy temprano para estrenar los regalos que les trajo el Niño Dios.
    Niños gozaron con los traídos de Nochebuena | Esteban Vanegas | Isabela y su hermanito Andrés estaban emocionados con sus nuevas bicicletas. Ellos se levantaron muy temprano para estrenar los regalos que les trajo el Niño Dios.
25 de diciembre de 2010
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La emoción y la alegría de los niños llenaban de sonrisas las calles de la ciudad un día después de la llegada del Niño Dios.

Bicicletas, patinetas y triciclos manejados por los más pequeños remplazaron ayer el pesado flujo vehicular decembrino en una ciudad que apenas se reponía del trasnocho.

En el barrio Campo Amor, Isabela Muñoz, de tres años, se veía dichosa montada en su nueva bicicleta de mini-rueditas. El Niño Dios se la trajo justo como la había pedido: "rosadita y con pito".

Andrés, su hermanito de siete años, tampoco se cambiaba por nadie y no dejaba de darle vueltas a la manzana en su todo terreno.

"Me puse muy feliz cuando vi que el Niño Jesús me trajo la cicla. No me pienso bajar de ella en todo el día", comentó el pequeño.

Justo cuando Andrés se alejaba por la calle a toda velocidad apareció Jaime Alberto Ríos, un "niño grande" especial de 42 años, quien saltaba en su cuerda sin parar mientras miraba los regalos de sus vecinos.

Más caras felices
En Belén San Bernardo la alegría de los infantes también se hizo notar.

Los pequeños de una de las cuadras del sector disfrutaban de sus traídos y los compartían con sus vecinitos.

María Camila Madrigal, de ocho años, montaba en su bicicleta mientras su primita Valentina Gómez, de seis, la seguía en su nueva patineta.

Ninguna de las dos se aguantó las ganas de ver el traído y se levantaron a media noche para comprobar si ya les había llegado.

Los expresivos ojos verdes de Juan Pablo Madrigal, de seis años, parecían no creer todavía lo que veían, un inmenso carro que se transformaba en robot.

Era tan impactante el movimiento del nuevo juguete que Juan Esteban Piedrahíta, de seis años, se bajó de su bicicleta y se la prestó a Juan Pablo con la condición de que él le mostrara el robot.

Mientras sus papás montaban el tradicional sancocho o incluso dormían, los niños se negaban a descansar porque no querían privarse ni por un segundo de disfrutar de esos nuevos regalos que el Niño Jesús les trajo por haberse portado tan bien.

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