Dice Juan Gossaín que el Caribe se lleva por dentro, no por fuera. Se refiere a quienes creen que mientras más alto griten o más pregonen su "bacanidad", son más Caribes.
Muchos pretenden que el Caribe sea una patria única, homogénea, donde todos bailemos y sintamos del mismo modo.
Se llenan la boca diciendo que el Caribe es una patria cultural única, más importante que la patria política expresada en la cartografía. Según ellos, un barranquillero siempre se sentirá más cercano a un maracucho que a un pastuso.
Se habla menos, en cambio, de las diferencias entre nosotros mismos. Ese Caribe que a primera vista parece un cuerpo uniforme es en realidad un ente plural, disímil.
Un Caribe de Riohacha dista mucho de un Caribe del Golfo de Morrosquillo. La diferencia no les quita a ninguno de los dos el derecho a la gracia del mar.
En mi región hay muchas voces que proponen un discurso sobre el Caribe que no está basado en la pluralidad sino en la reproducción del mismo modelo centralista, excluyente, que con tantos golpes de pecho criticamos: así, Barranquilla y Cartagena son la médula, y lo demás es periferia.
Confieso, además, que me parece de un simplismo insultante el cliché según el cual el Caribe es un territorio de benevolencia sin par, en el que no cabe la maldad humana porque el vaivén de la hamaca no lo deja prosperar, o porque el cielo siempre azul y el panorama despejado de montañas forjan mejores personas.
Me parece una visión ingenua e irresponsable, que nos ha hecho mucho daño porque nos ha quitado la capacidad de autocrítica.
Todavía a estas alturas oye uno a ciertos paisanos consolándose con la idea de que la violencia no es un asunto intrínseco de nuestro ser sino una plaga que nos llegó desde otras tierras.
Cerramos los ojos para emborracharnos mejor con nuestra propia soberbia, y cuando los abrimos teníamos los campos llenos de asesinos que cortaban cabezas con machete, o con hachas, exactamente como ocurría en el resto de Colombia.
Y no es que el paramilitarismo haya proliferado en la región por obra y gracia del Espíritu Santo: fue respaldado, como está comprobado, por empresarios y políticos locales.
Hace tres años un jugador del Junior mató a un hincha irrespetuoso. El hincha fue intolerante con el jugador caído en desgracia. El jugador fue intolerante con el hincha desadaptado. Y los dos generaron una tragedia que a estas alturas ya no debería verse como algo aislado, sino como un hecho ligado a una tendencia alarmante: la de usar el desparpajo no para celebrar la vida sino para canalizar las frustraciones y agredir al prójimo.
Sería interesante que alguien buscara en los archivos de los periódicos de la región las noticias relacionadas con bromas que, en los últimos años, terminaron en muertes o, por lo menos, en riñas. Estoy seguro de que nos llevaríamos una sorpresa terrible.
A fin de cuentas, seguir creyendo que "Caribe" es simplemente sinónimo de "bacanidad" no me parece "bacano".
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