La degradación de la guerra es evidencia del fracaso de los grupos armados. Las Farc, tras más de cuatro décadas de lucha armada, están aún lejos de llegar al poder. No en vano sus demenciales actuaciones: las minas antipersonal y los carros bomba. Estos y otros cientos de actos, para que la mayoría de los Estados en el mundo los declare terroristas.
Lo más cruel es que pretendan justificarse con el pretexto de combinar la lucha militar y política. Las Farc se alejaron de su objetivo inicial, cuyos principios eran ideológicos y políticos. Sus actuaciones ganaron el rechazo total del pueblo.
Hay dos indicadores de ello. El primero, la elección del presidente Álvaro Uribe, que coincidió con la frustración del Proceso de Paz del Caguán. Así que en la primera elección, el pueblo no votó por Uribe sino en contra de las Farc.
Y la marcha, en 2008, en la que millones de colombianos rechazaron el secuestro y, ante todo, condenaron a las Farc como terroristas.
En las últimas semanas, las Farc han ejecutado una escalada terrorista en varios sitios del país. Pareciera que están recuperando el espacio político y militar, lo cual me hace recordar un diálogo que, durante mi secuestro, tuve con Morro , el comandante del Frente Aurelio Rodríguez. Su padre, un militante del partido comunista de Planadas, Tolima, se lo "regaló" a la edad de cinco años a Jacobo Arenas, como un obsequio para la revolución. Ahora, Morro es miembro de la dirección del Bloque Iván Ríos y también forma parte del Estado Mayor Central de las Farc.
Los encuentros con él, se daban cuando me llevaban a su campamento para grabar mis videos de pruebas de supervivencia. Nuestras charlas conducían a discusiones sobre política, comunismo y revolución.
Recuerdo el tono eufórico cuando me decía que el objetivo del grupo guerrillero era la toma del poder por las armas. Lo contradecía, diciéndole que la guerrilla no tenía pueblo ni capacidad de convocatoria; que si el pueblo realmente estuviera de su parte, sólo bastaría que se volcara masivamente a las calles, con palos y ollas, para derrotar a los que ellos llamaban tiranos. "Así se han derrotado gobiernos -le dije-, sin necesidad de disparar un tiro".
Le recordé a Gandhi, que con su política de no violencia doblegó al imperio inglés. Vi que la cara le cambiaba de color y dijo: "Lizcano, tranquilo que todo esto se da mediante un proceso". Le contesté que cuarenta años de lucha ya eran suficientes para pensar que esto no les había funcionado.
Y no es para menos, ya ha corrido mucha sangre en el país y hemos padecido cosas tan inhumanas como el secuestro, que más que una estupidez, es un crimen. Morro me aseguró que la revolución llegaría por cualesquiera de las dos formas de lucha: la política o la militar. Y que el Estado sería puesto al servicio del pueblo y no al servicio de unos pocos.
Pero sus estrategias militaristas son equivocadas, pues ponen por encima la parte militar y caen en la frase de Mao: "El poder nace del fusil". Sin embargo, como dijo Bolívar, aquel que ellos tanto admiran, "toda acción militar es nula si no va a acompañada de un triunfo político".
Un triunfo político al que nunca llegarán con el rechazo del pueblo. Ese mismo pueblo que necesitan para que su revolución triunfe.
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