Acabo de visitar el norte de Antioquia. Para ser más exacto, el municipio de Ituango. El propósito es escribir en unos días un reportaje sobre el gran valor y esperanza con que la gente sobrevive en medio del conflicto armado y la precaria atención y presencia estatal. Hay historias de vida, de verdad, estremecedoras. De víctimas, de jóvenes soñadores, de funcionarios que se juegan incluso la vida por sacar adelante a las comunidades.
Pero en torno a todo gravitan tres asuntos comunes en muchas regiones del país: el abandono histórico de los gobiernos departamentales y nacionales, los grupos armados ilegales y los cultivos ilícitos y el narcotráfico.
En Ituango, donde las Farc aún imponen reglas en extensas y lejanas áreas rurales (veredas a ocho, diez y doce horas de camino en mula o a pie), la inversión departamental y municipal crece a la par con los recursos y oportunidades que genera el proyecto Hidroituango. Pero, incluso así, es limitado y lento poder borrar tanto olvido y desgobierno.
Y en ese río revuelto es que pescan los ilegales. En las veredas más al norte, que se unen con Tarazá y el sur de Córdoba, las plantaciones de coca son el común denominador. "Pa"llá pa"dentro, jefe, eso no es sino coca ventiada". Hay veredas a las que no se pueden entrar celulares y menos si tienen cámaras de video y fotos. "Usted llega a entrar un aparato de esos sin permiso, y no se sabe cuándo vuelve"...
La coca, igual que en otras regiones de Colombia, como el río Caguán o el Catatumbo, es moneda de cambio: el kilo de pasta se está pagando a 2 millones 400 mil pesos. Y como es difícil la entrada de dinero en efectivo a las zonas, entonces la ropa, la comida, los insumos agrícolas y hasta los arriendos se tasan en gramos para sortear a veces la iliquidez. Y así se vive.
Pero lo peor es el daño cultural y social: "aquí el campesino se aperezó. Se desmontaron cultivos de café y de caña de azúcar y la gente se pasó pa" la coca porque da más plata. Y en esas veredas hay raspachines (recolectores) por cientos en las caletas, como si fueran campos de concentración. Y a muchos jóvenes, sin educación y en la pobreza, no les queda más de otra. Y fuera de eso a algunos los reclutan los ilegales".
Y llega ese estilo de vida falso y tramposo del derroche: "salen con algunos millones después de las cosechas a gastárselos en licor, en putas, en cosas que no necesitan y hay mucha desintegración y violencia intrafamiliar. Esa plata es maldita".
¿Y quién manda allí? Mandan las Farc. "Y pa" bajo pa" los pueblos, los paracos". Entonces, el fin del conflicto sí puede servir, y mucho.
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