Hay que dejar, de entrada, un margen de duda sobre un hecho que no ha sido plenamente confirmado. Las imágenes sobre la supuesta matanza de al menos 1.300 civiles al este de Damasco, la capital Siria, son fragmentarias. Igual de precarias son las hipótesis y las pruebas para señalar si el denunciado uso de armas cargadas con gas sarín provino del Ejército del presidente Bashar al-Assad o de las facciones rebeldes que hace dos años intentan derrocar el régimen actual.
Sí advertimos, frente al escenario posible de que haya habido una matanza, sin importar el autor, que sería el momento para que la comunidad internacional, mediante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, tome medidas radicales, políticas y militares, que lleven a frenar un conflicto que ha descargado una brutalidad sostenida e indiscriminada sobre la población civil de ese país.
Pero vamos a lo que hay: diversas fuentes señalan que el suburbio de Ghuta, a 15 minutos del centro de la capital, está habitado y ocupado por simpatizantes y militantes del frente rebelde Al Nusra, vinculado a Al Qaeda. Ese distrito fue atacado el miércoles a las 3:00 a. m. (hora Siria), hecho incluso confirmado por el ejército de Al- Assad, que de paso subrayó emplear armas convencionales y no químicas, como lo denunciaron organismos de derechos humanos afines a los insurgentes.
Sin embargo, la gran pregunta es si el gobierno sirio sería tan torpe de emplear agentes químicos, justo cuando una comisión de la ONU está en Damasco desde el domingo para visitar tres lugares previamente definidos con el ánimo de verificar si en ese conflicto se usan gases como el sarín y el mostaza. Otra inquietud que asalta a los expertos en la guerra siria es qué tan necesario le resulta a Al-Assad usar armas químicas cuando la correlación de fuerzas militares aún lo favorece ampliamente.
Aunque el ejército sirio tiene fama de ser inescrupuloso para alcanzar objetivos de guerra -y ya ha usado armas químicas-, la realidad del conflicto allí es que los rebeldes también acuden con frecuencia a métodos brutales para someter a los civiles a sus pretensiones.
Por eso, de constatarse la matanza, urge diseñar medidas mundiales que frenen lo más pronto posible esta carnicería espantosa que ya deja, desde 2011, más de 100 mil muertos y 7 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria.
Rusia y China se mantuvieron incondicionales con el régimen sirio, pero Gran Bretaña y otros 36 países reclamaron que los inspectores de la ONU puedan ir a los cuatro barrios donde habría ocurrido el ataque. Los restos de sarín en el cuerpo humano duran una semana y, en aras de la verdad, cuanto más pronto se proceda, mejor.
Las imágenes difundidas de víctimas (incluso ancianos, mujeres y niños) muriendo en los corredores de hospitales y puestos de salud, además de dramáticas y espantosas, resultan humillantes y, de lejos, cruzan "la línea roja" que Estados Unidos advirtió no puede franquear Al-Assad si llegare a usar armas químicas masivamente.
El ejército sirio dispone, según organismos de investigación occidentales, de un arsenal de mil toneladas de agentes químicos, lo cual no solo significa una amenaza para el país mismo, sino para sus vecinos inmediatos del Oriente Medio.
De resultar cierto este episodio, sería el peor desde que Saddam Hussein gaseó a miles de kurdos en 1988. Tragedias que la humanidad, hoy, no puede repetir y frente a las que la indiferencia se convierte en complicidad inaceptable.
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