Cerca de 20 meses atrás, Juan Guillermo Arciniegas desembarcó en Medellín con apenas 10.000 pesos en el bolsillo. Las circunstancias que lo trajeron a la ciudad importan menos que saber lo que se propuso: "Sobrevivir como fuera sin hacerle mal a nadie. Ese era el reto". Luego, las obleas y la urbe lo atraparon.
Los 10.000 pesos duraron poco, y no pasó mucho tiempo antes de que tuviera que resguardarse entre los escombros de un restaurante abandonado.
Aunque tal vez una llamada a sus padres hubiera bastado para salir del apuro monetario, Juan tenía que cumplir con su palabra, respetarla y respetarse, mantenerse vivo, firme y saludable.
"Yo no sabía qué iba a pasar", cuenta sobre el día en que llegó a la Central Mayorista en busca de algo con qué ganarse el pan diario.
Millonario de cuna, estudiante de finanzas, graduado empíricamente en comercio y relaciones públicas, sabía que en ese momento su principal capital era una habilidad inigualable para los negocios.
"Lo único que sé hacer es vender", comenta, "cojo dos y los vuelvo cuatro, cuatro los vuelvo seis, y seis los vuelvo 12, y 20, y 15, y 30, y millones".
Por el mantenimiento a una finca recibió 20.000 pesos que, en efecto, siguen multiplicándose. Con ese capital semilla compró arequipe y un paquete de obleas. Una charola que tomó del restaurante en ruinas y que ató a su cuerpo macizo fue su primer stand.
Otros han sucedido a esa tienda improvisada y hoy son su mejor carta de presentación. Una bandeja amplia para el día, otra luminosa para las noches son los elementos principales de su equipamiento.
Como no siempre Mahoma va a la montaña, Juan Guillermo recorre la ciudad con las obleas atadas a su vientre. Para este bogotano nacido en Caracas, explorador de la India que por accidente llegó a Medellín procedente del Pacífico con apenas una Policarpa en la billetera, la trashumancia es algo habitual.
En Ciudad del Río, El Poblado o Carlos E. Restrepo, muchos lo recuerdan por la particular bandeja que carga sin falta, por su figura prominente o su voz profunda; otros por el sabor inconfundible de su producto; pocos, sin embargo, por el nombre de su negocio itinerante: Obleas con amor.
"Mi religión es el amor", asegura. Hubo un tiempo, sin embargo, en el que Juan no lo encontraba.
Dinero, mujeres, amigos, una empresa rentable, la alta sociedad a sus pies... Nada lo satisfacía. Se sentía "enjaulado", viviendo en un mundo irreal y lleno de miedos.
"Tengo todo pero no estoy feliz", se decía. "Lo único que yo quería saber era qué era el amor". Entonces emprendió un viaje espiritual que lo llevó a entender que amor es entregar.
Esta filosofía se puede sentir al acercarse a una charola pensada con afecto, un lugar donde la tradicional oblea se convierte en toda una obra de la más fina repostería. "Del amor se deriva la rectitud, y de la rectitud se deriva la prosperidad", comenta, con razón.
Después de darle nombre a ese "milagro" que hoy lo mantiene íntimamente unido a Medellín, Juan Guillermo se dio cuenta de que en la ciudad también había pastas, pastelitos y otros productos hechos con amor. "Bueno", dice complacido, "hay otros que creen en lo mismo".
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