Las campañas que no están sustentadas en partidos reales (el Verde es un comodín que buscaron a última hora los tres ex alcaldes de Bogotá) dependen de golpes de opinión que son muy inestables. En las elecciones internas del 14 de marzo, Mockus logró dar el primero y con la alianza de Sergio Fajardo, el segundo. Con el entusiasmo generado por esas dos jugadas apareció en el escenario político una opción que desbancó al resto de aspirantes, y se situó en su momento en paridad con la candidatura del Partido de la U: la ola verde sí existía, no era invención de los encuestadores como injustamente con ellos se dice ahora.
En el período que no pudimos conocer de nuevas encuestas y por ende no supimos cómo estaba cambiando la tendencia, es decir durante 13 días, la candidatura de Antanas Mockus hizo aguas: los últimos dos sondeos conocidos mostraron que de un crecimiento de más de cinco puntos a la semana, los verdes pasaron a detener su ascenso abruptamente. Para cualquier campaña sostenida en un partido y no en la emocionalidad y el triunfalismo, ese sólo hecho habría sido suficiente para corregir el rumbo; pero Mockus siguió hablando sin pensar, mantuvo su creencia de poder decir cuanto se le ocurriera porque presumía que eso lo haría situar más lejos del establecimiento. Y así como creció veinte puntos en un mes (de marzo a abril), perdió diez en cuestión de dos semanas.
Lo peligroso de esta clase de olas es que los candidatos llegan a ser endiosados, como sucedía hasta el domingo pasado, pero es tan inestable su fuerza que en cuestión de segundos pueden ser satanizados, como está empezando a pasarle a Mockus. Basta leer lo que escriben otrora seguidores suyos en las redes sociales: están decepcionados. Prueba de eso, además, es el descenso en el número de correos electrónicos que están enviando y la aparición de comentarios críticos que por ahora se dirigen hacia el discurso del domingo, pero posteriormente pondrán en evidencia la desesperanza que produjo en millones de personas una venta de ilusiones sin fundamentos para hacerlas realidad.
El domingo pasado se demostró que no se puede ir por la vida viendo a ver cuál partido está desocupado para llegar a ocuparlo, ni pretendiendo enfrentar estadistas curtidos sólo con buenas intenciones o lugares comunes. Y no porque la consecuencia de eso sea perder una elección, sino porque primero hay que prepararse para gobernar y no intentar usar el gobierno para aprender; además las ilusiones que trataron de venderles a millones de personas no se pueden manejar de manera tan irresponsable. Los resultados de perder la primera vuelta y muy seguramente la segunda, los padecen desde ya los dirigentes verdes; pero ¿quién responde por la apatía y el sinsabor que tendrán ahora los que entregaron su apoyo a una campaña que trató de vender la idea de la Colombia decente y la indecente, y aún a pesar de que esa división fuera condenada en las urnas, siguen coreando "politiqueros" y acusando al resto de mercadear con el voto?
P.S.: ¿Dónde se quedaría la Noemí Sanín sosegada y reflexiva? La que vimos en esta campaña fue una candidata camorrista, irónica y artificial; y después del domingo sigue en las mismas.
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