Nació hace veinte días, un martes de julio para ser exactos. Es la bebé hipopótamo del Zoológico Santa Fe. Pesa 50 kilos. No tiene nombre. Es de signo Cáncer.
En su charco, no desampara a su madre, Pepa, que para ella es una bola grande y negra que tiene su alimento encerrado y la defiende de las amenazas de este mundo ancho que cada día parece menos raro, ay, como de esas aves que no vuelan y en cambio sí se la pasan rondando por ahí: las gallinetas. A su padre, Orión, lo ve acercarse a veces al cerco que divide el espacio. A John Jairo Arcila, ese bípedo que limpia su espacio cada mañana y les lleva hierba, ramas, zanahoria y alimento concentrado a sus padres, está terminando por entender que es un tipo manso.
John Jairo nada tuvo que ver en el parto. Ni Darwin Ruiz, el médico de los animales. Ni Sandra Milena Correa, la directora del Zoológico. La madre se encarga de todo. Todo es todo. Y casi todo lo hace en el agua: pasa sumergida la mayor parte del día; allí defeca y orina, se aparea y pare. Y la pequeña hipopótamo, siguiendo los ancestrales pasos de la especie, mama bajo el agua. Según Sandra Milena, puede pasar más de cinco minutos bajo la superficie, sin respirar.
"El parto sucedió de noche. Cuando llegamos, ya había nacido", cuenta John Jairo. Por unos ocho meses, él no tendrá que preocuparse por llevar en la carretilla alimento para la pequeña. Solo mama. Sin embargo, debe aumentar sus rondas, para revisar que en efecto se esté alimentando. Cada media hora acude a verla.
"De trece años que llevo en el parque, la mayor parte la he ocupado cuidando los hipopótamos. Les miro las orejas. Entre los de su especie, mantienen alerta, y me doy cuenta de su estado de ánimo".
Pasarán dos años antes de que esa nueva habitante del charco alcance el peso y la talla de su madre: más de una tonelada y media de peso y uno cincuenta de estatura.
Tendrá que esperar menos por un nombre. Se lo pondrán los niños, por concurso, en octubre próximo.
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