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POLARIZACIÓN

  • POLARIZACIÓN
16 de junio de 2014
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Siguiendo el proceso electoral, y al estar fuera de mi país por más de nueve años, veo con preocupación esa creciente polarización que tanto caracterizó esta jornada y que tanto daño nos hace.

Polarización que se ve reflejada, desde elaborados trabajos de periodistas especializados y supuestamente imparciales, (“existe un manejo asqueroso de la prensa”, dijo Juan Gossaín durante la campaña, ¡dolió escuchar eso y más saber que es cierto!) hasta ideas sueltas de quienes opinaban en las redes sociales, y que han ido generando líneas divisorias entre pacifistas y guerreristas o entre izquierdistas y derechistas.

Divisiones que resultan falaces: ¿Quién va a decir que no quiere la paz en Colombia? La cuestión está en cuál es la vía para lograrla y cuál está más libre de manipulaciones, oportunismos y de la búsqueda del propio interés más que de la búsqueda del bien común.

Esta polarización que parece ser un nuevo rostro del conflicto bipartidista de los años 50, que tanta sangre le costó a nuestro país y que aparentemente fue superado hace unas décadas.

Los colombianos somos particularmente apasionados. Tantos años por fuera he visto cómo miran con simpatía y hasta sana envidia nuestro patriotismo. La misma pasión que nos llevó a unirnos para cantar con orgullo nuestro himno y celebrar el triunfo contra Grecia el pasado sábado en el Mundial Brasil 2014, nos divide tremendamente cuando no toleramos que el otro tenga ideas políticas diferentes a las nuestras.

Una polarización donde se defiende, muchas veces de manera irracional, el propio punto de vista, a veces mirando más la parte que nos conviene que la realidad en su totalidad.

Y esa pasión nos lleva a la actitud equivocada del mesianismo político, que pone ciento por ciento sus expectativas en el gobernante actual, en su gabinete y en los escasos cuatro u ocho años que tiene de mandato. Los 48 millones de colombianos somos los que debemos meter el hombro por este país, cada quien desde su propia tarea.

El mesianismo es peligroso. Puede fortalecer la vanagloria del candidato de turno y buscar alcanzar el poder a toda costa, con promesas inviables, coaliciones por conveniencia y otras artimañas de temer.

Pero también es una actitud que olvida fácilmente el valor de la corresponsabilidad y el trabajo artesanal de millones de colombianos que contribuyen al cambio, con aparentemente pequeñas pero significativas obras de voluntariado, en la empresa privada, en colegios y universidades, formando futuros líderes y sobre todo, en el mejor y principal campo para transformar una nación: la familia.

Que tras esta difícil contienda electoral, la polarización y las pasiones bajen y que suba la unidad de un país que, sin importar a qué postura ideológica pertenece, cree todavía en una Colombia diferente.

Y a Juan Manuel Santos, que Dios lo bendiga en este segundo mandato y que busque gobernar, trabajar y cumplir sus gruesas promesas, no solo a los casi ocho millones que le dieron su apoyo el pasado domingo, sino para toda una nación.

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