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POR CIVISMO, HAGAN LA BULLA CALLADOS

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14 de septiembre de 2014
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La regulación que ha establecido la Alcaldía para modular el ruido exagerado que se ha vuelto una epidemia en Medellín, está basada en una indudable bondad de intención, pero abundan los motivos para mirar esas normas con una dosis razonable de escepticismo. Ojalá todos los dueños de negocios nocturnos, sin excepción alguna, se convenzan algún día del impacto muy perjudicial que están causando en la tranquilidad y la salud de la gente.

Están llamados a responder con civismo. Cumplir los requisitos establecidos en los decretos 889 y 890 que pueden ayudar al objetivo de pasar las noches en paz no es nada del otro mundo. Se trata de unas condiciones de sentido común y de orden práctico y pueden ejecutarse con cierta prontitud antes del 21 octubre y con un costo que no parece excesivo.

Conjurar la amenaza constante del ruido parece una causa perdida en las ciudades, pero además también en los pueblos y las zonas rurales. Es como una obsesión insana, insensata, primitiva. Desde la ecualización de consolas, la insonorización y el aislamiento de locales con paredes especiales, hasta el uso de audífonos protectores, todos los métodos están inventados, pero nada morigera la contaminación ruídica si los dueños de equipos de alto amperaje que muelen antimúsica de percusión se empeñan en competir a ver cuál ofrece el más alto desnivel en la escala de decibeles y el mayor grado de malestar en el vecindario.

Y todo cuanto se pretenda se estrellará contra esa suerte de cúpula invisible de la hiperestridencia que nos cubre en Medellín, mientras incluso en los centros educativos prospere la idea torpe de que toda reunión hay que acompañarla con ritmos originarios de los hombres del paleolítico, incapaces, en su momento lejanísimo, de expresar los sentimientos con artefactos que emitieran sonidos armoniosos. Lo que moleste, impida conversar, rompa tímpanos y no deje leer, ver televisión, escuchar música o usufructuar el derecho al descanso está permitido para los militantes de esa especie de estrategia de la aturdición colectiva.

Medellín puede ser muy estética en el aspecto visual. Es limpia, verde, colorida, brillante. Encanta por esa apariencia de ciudad luminosa rodeada de montañas. Pero es antiestética en lo acústico. El ruido es insoportable. De día y de noche. La eficacia de las nuevas disposiciones va a depender del control riguroso que ejerzan los agentes del Municipio, que están en el deber de sellar focos de perturbación de la calma ciudadana donde se desacaten las normas recientes y las del Código de Policía y otras antecedentes. La proliferación de centros de diversión nocturna es incontenible. Evitarlos sería una acción estéril, pero que "hagan la bulla callados", como decía un viejo profesor para calmar a sus alumnos estrepitosos

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