Parece un espacio lúgubre en el que se baten dos luchadores con un arma blanca, al mejor estilo de las historias de antaño.
Es un lugar donde la luz es tenue y el sonido del roce de los floretes contrasta con el silencio de los que observan impávidos al pie de la zona de combate. Al compás de un movimiento vertical, dos esgrimistas danzan en busca del cuerpo de su contendor.
Afuera, un argentino alto, cabellera en abundancia y con un tono de voz particular grita: "qué te pasa boludo, mirá la página dos del reglamento, che". Esas palabras van para el juez que dirige el combate, entre su compatriota Flavia Mormandi y la venezolana Yulitza Suárez.
Sus gritos irrumpen la calma que se vive en aquel espacio. El gaucho tiene en su cuello un buso azul celeste y en su mano sostiene un lapicero que mueve rápidamente por el desespero.
Él, indiferente al murmullo de las personas que lo rodean y reprueban su actitud, aviva de nuevo a su coterránea. "¡Vamos Argentina, vamos Argentina!"
Faltan dos puntos para que la patriota triunfe. La tensión aumenta, pues quien pierda tendrá que empacar su maleta y olvidarse de avanzar en busca del oro.
Aquel personaje particular aparece de nuevo en la escena. El juez del duelo da punto favorable para la venezolana y de nuevo esboza, con un tono subido, un cariñito para el arbitrante: "metete un tiro, no es así. Que te pasa viejo". Ya su pelo luce poco ordenado. Los ánimos caen cuando se da cuenta de que la venezolana ganó. Voltea y se va.
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