Cuando se franquea la puerta de esta casa, el calor sofocante de la calle pasa a un segundo plano y una cómoda sensación acoge al visitante.
Todo comienza al quitarse los zapatos, una costumbre que el dueño, Santiago Correa, invita a seguir, con naturalidad. Y continúa cuando se recorren los espacios altos y amplios.
Si se mira bien, parece una casa como otra cualquiera. Sin embargo, tras una capa de pintura a base de cal, se pueden ver muros de 45 cm, de tierra aprisionada en pañetes selladas en guadua. Es una construcción en tierra.
Está hecha en bahareque, para ser más precisos, una técnica que se ha convertido en una forma de construcción de un grupo de familias, quienes le apuestan a implementar en su vida diaria las mejores prácticas para tener un hábitat sano.
Y para ser coherentes con ello, las edificaciones conservan la esencia de abrigar a quien las habita, dice Santiago.
Cada una de éstas varía en estilos y adecuaciones espaciales, según las necesidades de los miembros del hogar, y combinan su estructura con madera y piedra, entre otros materiales.
A pesar de que esta técnica ha sido olvidada, y su valor, como formato de construcción ha pasado desapercibido, el bahareque, como ningún otro, conjuga múltiples bondades, entre las que se encuentran: ocupar menos espacio, ser sismo resistente y adaptarse al entorno.
De hecho, ayuda a regular la humedad y la temperatura. Así, cuando el ambiente está caliente afuera, las casas se mantienen frescas; y si hace frío, se conserva el calor adentro. Eso sin hablar de que se mejoran las condiciones acústicas.
"No solo porque es más barato, sino porque es más conveniente", es que el bahareque puede ser una alternativa de hábitat.
"Vivir en una casa de tierra es un privilegio", dice Santiago, quien cree que es una manera de reconectarse de nuevo con la naturaleza.
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