Lo más fácil es criticar un país repleto de costumbres absurdas y escandalosas contradicciones, que empata el desastre invernal con los carnavales y las ferias. Pero esa apariencia de insensibilidad y desdén por el sufrimiento es la máscara que esconde una idiosincrasia impulsada por el estoicismo a calmar los padecimientos arraigados con un canto diario a la alegría. Al mal tiempo, buena cara. En el cine de la cartelera actual, la mejor síntesis de ese modo de ser colombiano puede verse y gozarse con El paseo , una película alegre, ingeniosa, bien actuada, que altera la tónica lóbrega, subterránea, violenta y pesimista predominante en gran parte de la filmografía nacional.
Sigo sosteniendo que no debe extrañarnos si en el ranquin mundial de los pueblos que se sienten felices el nuestro figura en uno de los primeros lugares. Gracias a mi gran amigo el filósofo hispano-latino Séneca, los pesares son vivibles con ánimo alegre, como si las penas nos chocaran contra la piel y se deslizaran hasta diluirse. No se trata de apologizar la indolencia ni la insolidaridad. Está probado que en los momentos más calamitosos la gente nuestra manifiesta un admirable espíritu solidario. El estoicismo es fortaleza. Alguien decía, como si pensara en Colombia, que los hombres y los pueblos están hechos para crecerse cuando los golpean las dificultades.
Y el estoicismo colombiano pone a hervir la voluntad, la vitalidad creadora y transformadora, las ganas de salir de las encrucijadas. Alex, el papá de la familia que protagoniza El paseo , no se doblega. Hortensia lo respalda en todo. Octavio, el hijo yogui, enseña una ecuanimidad asombrosa. Pasan las verdes y las maduras , les roban los equipajes, les vacían la casa, se pierden en un cruce de caminos, se les escapa el perro Cáiser, caen en poder de una extraña banda religiosa de pacifistas armados, pero al final superan todos los incidentes y realizan el sueño de llegar a Cartagena. Encuentran el Norte. Las adversidades las minimizan con un agradable sentido del humor.
El paseo es una comedia, a veces una tragicomedia. Es una película optimista, amable, entretenida y que reúne los rasgos esenciales de una familia colombiana normal. Ante todo, es una referencia precisa para captar y comprender, en las propias realidades, el influjo del estoicismo jovial que nos legaron Séneca y Don Quijote. Jovial por alegre, festivo y pleno de voluntad. Juanes lo canta al final con La vida es un ratico : "que la vida es un ratico, un ratico nada más. No dejemos que se nos acabe que vienen tiempos buenos y los malos ya se van, se van, se van...". Bienvenido, este ejemplo de buen cine, en tiempos de crisis valorativa y de amenazas tremendas contra la integridad familiar.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6