Son miles de civiles indefensos los que han sufrido las tropelías de esta guerra, en especial durante los últimos 15 años. Aunque algunos discursos oficiales intentan borrar a fuerza de retórica la existencia del conflicto armado interno, los hechos y la realidad son avasallantes. Viajo en la memoria a julio de 2000:
El paramilitar que está parado en el pico del cerro usa un alias que impresiona: Veneno. Sus piernas largas y corvas tienen la figura de unos alicates. Nos dice, muy severo, que no podemos avanzar más. Es curioso, el sitio donde se encuentra, en medio de las crestas de la Serranía de San Lucas, es llamado por los campesinos Notepases.
Mientras él impide que lleguemos a Vallecito, el poblado que redujeron a cenizas y escombros los paramilitares, vemos a sus compañeros que ascienden del otro lado del cerro con una bicicleta de niño, una estufa, una nevera, un tocadiscos e instrumental médico. Los arruman en un potrero al que llega un helicóptero blanco para evacuar a los "paras" y su botín de guerra.
Veneno rasca el gatillo del fusil con la uña larga del dedo meñique. Se ríe y le dice a un compañero que suelte una ráfaga de disparos de ametralladora M-60 para que zumben por el valle. El traqueteo los divierte.
Sortear el retén de Veneno nos resulta complicado. Debemos caminar un día y medio más por otras trochas que controlan las Farc y el Eln. Primero, "los farianos" les encargan a dos de sus milicianos que nos lleven a un poblado donde nos entregan a un veterano de 60 años, un viejo combatiente "eleno" que tiene habilidades de conejo y nos pone un paso insufrible.
Atravesamos bosques, quebradas y ríos. También un cultivo del que tomo una hoja de coca para paliar el cansancio, según me aconseja un campesino, pero que al final solo me produce mareo y la sensación cierta de que la cabeza me va a estallar.
Unas 30 horas después estamos en El Diamante, un caserío enclavado entre las breñas de la serranía, contiguo al río Santodomingo. Allí está refugiado el 70 por ciento de los desplazados de Vallecito. Aún hay niños perdidos que huyeron al monte durante la incursión de los paramilitares. Algunas mujeres tiemblan y lloran.
Al día siguiente caminamos a Vallecito, adonde no querían dejarnos llegar Veneno y su gente. Tres marranos, tres mulas, cinco pollos y una gallina recorren los potreros recién regados a bala. Los techos de madera de las casas terminan de arder. Los paramilitares dejaron su mensaje en las paredes: fuera guerrilleros, llegamos para quedarnos, esto es nuestro. No hay campo para los dos.
Un campesino que con el ataque vio desaparecer 20 años de trabajo y sudor, advierte que los perdedores son los civiles y no los guerrilleros. Si la gente sale a un pueblo grande, a reclamar ayuda, estará "muerta o muerta de hambre". Entonces, el labriego me alecciona y me remata: "los guerreros de lado y lado dicen que quieren una patria libre, pero no nos han dicho si es que la quieren libre de campesinos".
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