Hay una pregunta que se lee con frecuencia en el Hay Festival. Está en sus folletos, en su programación, proyectada en la pantalla antes de iniciar las charlas: ¿Qué país tiene tal relevancia histórica y cultural que desde su ciudad amurallada se imagina el mundo?
¿Resulta una exageración? Muchos creerán que sí lo es, sin embargo, cuando se vive el Hay Festival de cerca, se recorren las calles de la ciudad antigua siguiendo los pasos de un grupo de escritores, se observa el atardecer cartagenero luego de una animada charla del programa oficial o se escuchan como "voyeur" una y otra conversación en el agitado lobby del Hotel Santa Clara, uno descubre que el Hay Festival provoca una especie de activación de la imaginación que se nutre de palabras, de risas, de abrazos; de polémicas sobre un autor, sobre un libro; del juego a resolver dudas sobre un término de difícil definición o sobre el complejo mercado del libro, en el que a muchos les va bien y a otros, no tanto.
Más allá de las conversaciones oficiales en la intensa programación de cada día, hay un murmullo en el patio del Santa Clara, que logra en sus acogedores corredores invitar a quedarse y permanecer en una conversación que pareciera no tener punto final.
Así, el Hay Festival es sinónimo de Encuentro, con mayúscula. Los escritores lo advierten, se da una especie de cercanía entre ellos, y con algunos de sus lectores, que se les unen para cruzar una palabra o pedir un autógrafo.
Algunos de ellos consideran que el Hay es el momento propicio para construir historias. Y se van de Cartagena con la frase que inicia un libro; otros, con una imagen que permanecerá en la memoria hasta que, tal vez, se convierta en frase. Otros prefieren observar. Escuchar.
El escritor Cees Nooteboom, quien pasea por uno de los corredores, tal vez se lleve una fotografía y una que otra nota hecha con su letra muy pequeña, en la libreta que no lo abandona. Otros, como el colombiano Juan Gabriel Vásquez, es posible que capturen una curiosa historia que los invite a comenzar una nueva investigación para construir otra de sus novelas.
Rosa Montero y Laura Restrepo se saludan de manera alegre. ¿Ya se conocían? O sienten que hay un nexo que tal vez perdure, pues los festivales, no solo el Hay, no siempre son tan efímeros como se piensa. Eso lo sabe Rosa, que ha asistido a muchos, de características muy diversas. Para ella lo significativo es que las palabras toman una dimensión especial cuando se dicen en estos entornos y saben ser escuchadas.
Un tiempo para la literatura
Aseguraba el escritor español J.J. Armas que escribe para no ir al psiquiatra. Y lo dice en serio. No es un chiste. Lo dice con el convencimiento de que si no es así, explota su desvarío. Sin embargo, va más allá, escribe porque tiene algo que contar. Simplemente. El colombiano Carlos Granda prefiere hablar de la urgencia de entendimiento que tiene al escribir, al ilustrar. "Entender", entender el mundo, las contradicciones políticas, sociales. Entender su existencia. Y la de los otros.
Y él da con una palabra clave que tal vez sirva para responder la pregunta inicial. Entender. Este jueves, cuando alguien salía de la presentación del expresidente Felipe González, dijo "habla tan claro que se entiende todo". Rodrigo Pardo fue el conductor de esta charla en la que se habló sobre economía, globalización y sobre el libro En busca de respuestas: el liderazgo en el siglo XXI, que el líder español publicó hace poco.
Entender qué lleva a un actor como Gael García a amar a sus distintos personajes y a verlos siempre como un desafío; entender por qué el interés de Nooteboom en los viajes, que no son un simple ir y venir y que le ha permitido ahondar sobre la condición humana; entender por qué la urgencia de poner el duelo en palabras, como lo hacen Piedad Bonnett, con Lo que no tiene nombre; Rosa Montero, con La ridícula idea de no volver a verte o Héctor Abad con El olvido que seremos; entender cómo Yoani Sánchez logró el reconocimiento de su blog en condiciones totalmente difíciles y tensas y cómo se convirtió una voz en Cuba que contó sin miedo –contra viento y marea- lo que ocurre en la Isla.
Y cuando se habla de entender no es en aquel primera persona que identifica a los autores. Cuando el otro habla, y lo hace desde el diálogo, pareciera que un velo se descubriera. Sinceros se sienten los invitados, como Juan José Campanella, como el mismo Gael cuando habla sobre el año del Caballo, como Óscar Collazos cuando se refiere a la realidad de su novela, Tierra quemada.
¿Cuál es la vigencia de personajes como Schiller, Hoffmann o Heideger a la luz de los estudios realizados por el filósofo Rüdiger Safranski ? Su experiencia de lector, investigador y escritor, trasciende lo cotidiano. Su vida también resulta una sorpresa.
Ilumina la experiencia de Joe Sacco, que muestra que aún hay mucho por hacer en numerosas materias, entre ellas el periodismo. ¿Qué lo llevó trascender su propia experiencia?
Iluminan, también, John Boyne cuando habla de sus jóvenes personajes que ayudan a entender lo que somos y cómo nos afectan de manera individual los grandes acontecimientos de la humanidad o Irvine Welsh y Eleanor Wachtel, con su humor crítico, son su irreverencia.
Es descubrir las pulsiones que los llevan y han llevado a todos a ser lo que son y a los asistentes a querer escucharlos. No es más. Por eso, se exige del público, se exige de los invitados y de aquellos que sirven de puente entre ellos y el público.
Sí. Se trata de asistir a una convocatoria. Hay un propósito, entonces. Los escritores se preparan y están dispuestos a hablar sobre ellos y sus obras, y a ahondar en asuntos muy profundos como la soledad, el miedo, la página en blanco.
Entonces, desde el Hay se ofrece una perspectiva del mundo para el mundo. Contextualiza y pone en evidencia lo particular y lo general; lo global y lo que se cocina en casa. Desde Colombia se proyecta una luz como si fuera un faro que ilumina esas realidades de los invitados y las propias, las que se descubren cuando se los escucha.
Los auditorios llenos, la expectativa por ver a uno o a otro va más allá de una curiosidad, de una moda. Son días para poner la mente en alerta, para activar la imaginación. Muchos autores saldrán con un tema; muchos lectores y espectadores tendrán, también, un nuevo sueño.
Se escucha el Festival en Colombia, desde Cartagena, y en el mundo. Y eso lo saben los asistentes.
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