En el suelo reposan una serie de fotografías. Hay que andar con cuidado, para no ir a pisarlas.
Desde ahí, desde el piso, también cuentan una historia que se repite donde hay guerra: la expulsión, la soledad, el destierro, las ausencias, lo violento del humano.
Hay reglas, escaleras, cinta, pintura, niveles, plantillas, metros y un esquema que se va cumpliendo, un orden que se va creando, una exposición que va poblando las salas temporales del Museo de Antioquia.
El aire acondicionado hace olvidar del calor que azota los alrededores del edificio y mientras el domingo discurre sin afanes por Calibío y Carabobo, adentro la actividad es permanente.
Tony Evanko y Rosemberg Sandoval, dos de los 33 artistas que participan en Destierro y reparación, se pasean por las salas, revisando los últimos detalles de sus respectivas muestras.
Con ellos, poco más de una veintena de empleados del museo van cuadrando cada espacio para tenerlo a punto.
Esta exposición es amplia: las salas temporales, una más del segundo piso y la Casa del Encuentro recogen el sentir artístico y político de los participantes en este proyecto que tendrá esta noche su ritual inaugural.
Historias por lágrimas
Del techo penden 400 lágrimas de vidrio. La promesa es cambiar cada una por una historia.
La luz rebota en ellas y en el nylon que las sujeta creando un raro efecto de iluminación, como si hubiera una puerta invisible, como si la aurora boreal se recreara dentro de un salón.
Esa es la apuesta de Evanko, oriundo de Albuquerque, en Nuevo México, pero lleva casi dos años viviendo en Colombia.
"Me dicen que mi arte ha cambiado y es verdad. No se puede vivir aquí, en Colombia, sin cuestionar lo que se ve en la calle, en la política", dice.
Hay que hacer arte del contexto, crear con la crisis, asegura Sandoval. Tiene un arte fuerte, dura, brutal si se quiere. Provocador, también.
Apenas hay montada una pequeña parte de su trabajo: una casa, de cuatro paredes apenas, hecha con granos de arroz. Es minúscula, no ocupa una gran parte en la palma de la mano del artista, la misma palma que se cierra, la destruye y la enseña destrozada.
Una obra de Débora Arango también se cuela, porque esta violencia lleva tantos años ya que hasta sus obras la retrataron.
Madres violadas, rostros de quienes fueron obligados a irse de sus casas, nombres de aquellos que no volvieron más... una exposición que toca el alma y que abre sus puertas hoy.
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