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SANTA AMALITA

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15 de mayo de 2013
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Pena me da con Santa Laura, pero el primer milagro de que tengo noticia no lo hizo ella sino una paisana suya jericoana, mi abuela Amalita Calle Botero.

Corrían los primeros años de la década del cincuenta en el municipio de Santa Bárbara. Cualquier día oyó en el radio que el mundo se iba a acabar. "Recemos", ordenó. Rezamos y el mundo no se acabó. ¿Más milagro pa dónde?

No recuerdo haberla visto sonreír. Ni siquiera por cuenta del bigote a lo Chaplin de mi abuelo Carlos, un gocetas liberal cuya casona tenía un cuarto misterioso, tierra de nadie, para esconder cachiporros. El abuelo se negó a pintar su casa de azul para que los aplanchadores (= matones) lo respetaran.

La abuela no solo era bella de perfil: era misteriosa. No toleraba fotos. Sospechaba que las fotos le robaban algo. Un anónimo pintor de brocha fácil pasó alguna vez por su casa, la vio, se la grabó con aretes y anteojos redondos que luego copiaría el beatle John Lennon, la dibujó de perfil y… "habemus" dibujo.

Sus hijos juntaron ese dibujo con un remoto retrato del abuelo y "habemus" foto oficial de la pareja.

Casi siempre andaba de riguroso luto, como para que no la cogiera desprevenida ninguna muerte cercana. Guardaba lutos con retroactividad.

Seria, inflexible en cuestiones de integridad, matrona por cuenta de diez maternidades, mandaba en casa mientras su marido levantaba pa la yuca comprando grano en el Valle y Caldas. Lo revendía en Medellín. (Cuando vendía al menudeo, ordenaba que los almudes se entregaran al comprador con ventajita. Ordenó no tumbar a nadie hasta la diezmillonésima generación).

Creo que le debo a mi abuela estar en circulación. La viperina crónica familiar asegura que el abuelo no quería que su hijo Luis María, mi padre, madrugara a casarse. Lo mandó a estudiar a Marinilla. Pero a su hijo no le dictaba el estudio. Además, chorreaba la baba por Genoveva, su novia montebellense de 92 noviembres.

El abuelo se jugó la carta reina: te vas a estudiar a Estados Unidos (adonde iban las niñas a hacerse operar de "rumores" de meses). Mamá Amalita barajó distinto: Luisito, cásese. Esa muchacha le conviene. Otro milagro, porque se salió con la suya en un ámbito machista.

Más prodigios: a pesar de que eran muy distintos -o por eso mismo- su matrimonio duró hasta el final.

Si la caridad no hubiera existido, mi abuela la habría inventado. Ningún pobre que apareciera los martes se iba con las manos vacías.

Se regalaba el pecado del tabaco, hecho en casa, o marca "Último". Su marido fumaba Victoria o Dandy. Ella no necesitó -ni conoció- el mar, la lúdica, la televisión, internet. Despedía la jornada diaria jugando tute y rezando rosarios kilométricos para mantener a Dios de su lado. Y no cuento más milagros porque queremos santa para nosotros solitos.

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