Llegar a santo es un proceso largo. Para algunos toma años, para otros siglos, como el caso de san Pedro Claver, canonizado 196 años después de su muerte. Aunque hay casos particulares, como el de san Antonio de Padua, canonizado sin que se cumpliera un año de su muerte. El proceso de la Madre Laura empezó en 1963, 14 años después de su deceso.
Por medio de la Arquidiócesis de Medellín se envió a Roma la Causa de la canonización de la madre Laura y cinco años después, en 1968, la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena recibió la aprobación pontificia.
Pasaron cinco años más para que la Madre Laura fuera declarada Siervo de Dios, primer reconocimiento que debe recibir todo aquel que aspire a llegar a santo. Era 1973. Luego llegó una temporada en silencio, pues no fue sino hasta el 22 de enero 1991 cuando fue reconocida como Venerable por el papa Juan Pablo II.
En 1997, según consta en el libro Beata Laura Montoya, mujer intrépida, escrito por Manuel Díaz Álvarez, la hermana Carmen Uribe solicitó al entonces sumo pontífice la reanudación del proceso de canonización de la Madre Laura junto con el de la hermana Isabelita. Al año siguiente (1998) se envía el informe sobre la existencia del que sería el primer milagro de la entonces Venerable Madre Laura, se trató de la curación de Herminia González, quien tenía un cáncer de útero.
El 25 de abril de 2004, en una ceremonia religiosa celebrada en la Plaza de San Pedro, en Roma, Juan Pablo II beatificó a esta antioqueña nacida en Jericó. Luego, con el milagro de curación al médico Carlos Eduardo Restrepo, se cumplió el último requisito necesario para su canonización.
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