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SOBRE CHINA Y EL DIABLO

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29 de marzo de 2013
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Estación Espejismo, en la que se ven cosas que no existen o se hace lo imposible por mantener un sueño fallido o calma su sed la codicia.

De gente que quiere ganar lo más con lo menos, está sembrada la tierra y más ahora que solo hay capitalismo y delirio financiero.

Y si bien los espejismos se ven en el desierto y entre los que dejó la caravana o se perdieron siguiendo lo que no era cierto (historias de estas cuenta Kalr May, que también escribió novelas del Oeste), pareciera que se persiste en verlos y, si no, en desearlos con la misma candidez de un niño que sueña con ser Supermán.

No sé, entonces, si ya hemos llegado a la era de la sinrazón, dándole otra vuelta de tuerca a la historia. Ya la posmodernidad habla de la pérdida de la razón ilustrada, que es la pérdida del pensamiento geométrico, la lógica de los hechos y la nueva aparición del diablo, esta vez no como el enemigo malo sino en calidad de director de espectáculos, saltarín, histrión y maquillador permanente de errores.

Que el diablo exista o no, poco interesa. De tanto nombrarlo y pintarlo lo estamos viviendo. Y le estamos creyendo, que es lo peor.

Es un maestro en el arte de las ilusiones y en el incentivo de la codicia. Y una de sus artes ilusorias es China, país que contamina como si fuera un infierno (en Pekín el aire es irrespirable y ya está pudriendo sus ríos), abusa de los derechos humanos (ya hasta está prohibido ser solterona), llena el planeta de artículos basura, les quita el puesto de trabajo a millones de personas (el trabajo de ellas lo hace un chino) y no tiene empacho de mostrarse como un nuevo fascismo, que es el extremo natural del comunismo, como bien lo demostraron Stalin y Mussolini.

Y a esa China ilusoria, le rinden culto muchos empresarios y políticos que van detrás de la zanahoria, soñando.

En un planeta que exige más cuidado con el medio ambiente (nosotros hacemos parte de él) y mejores condiciones laborarles (para que el Estado subsista a partir de lo fiscal), el hecho de comprarle al que más contamina, al menos democrático y al que no respeta derechos de autor de ninguna naturaleza, contradice no solo la razón occidental sino también los logros en pensamiento político y económico.

Y no hay que echarles la culpa a los chinos, pues esa ilusión que se llama China la creó la codicia del capitalismo neoliberal, que centra la producción donde el trabajo es barato y los derechos escasos, genera guerras para ir por las materias primas y solo ve utilidades financieras (que van contra las utilidades humanas, la paz por ejemplo).

Y ahí vamos, con el diablo mostrando las nalgas y dientes de plástico.

Acotación: Los países de economías protegidas (donde si bien todo es caro la gente gana con qué comprarlo) se preocupan por el ambiente y por los ciudadanos. Por allá el diablo no existe. En los tercermundistas, en cambio, el diablo aparece, baila, no sigue instrucciones y compra chino para que así no haya empleo y, en contraprestación, no se beba tanto... Creo.

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