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“Sobrevivimos por la gracia de Dios”

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11 de octubre de 2013
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¿Y qué día nació Plata Martillada? -“Ah, esa sí no me la sé”- responde en medio de risas Carlos Agudelo Ochoa, gerente de Plata Martillada, la joyería que en los años 20 del siglo pasado vio desfilar por sus vitrinas a la flor y nata de Medellín que iba a “juniniar” y a la que la transformación del centro de la ciudad le cambió el perfil de su clientela.

La historia de la joyería está en su cabeza, en fotos y recortes de periódico. Todo comenzó en 1921, cuando el orfebre bogotano Leonidas Pardo Tovar trajo a la capital antioqueña a los cinco hombres que mejor trabajaban la plata martillada y abrió, con ese nombre, su primer local.

El metal se fundía, se formaban placas delgadas y luego, a martillazo limpio y soplete, se doblegaba su resistencia para que brotaran los objetos deseados, como bandejas y pailas.

La demanda creció y Leonidas contrató ayudantes para enseñarles el oficio. A uno de los que más aprecio le cogió fue a Carlos Agudelo Montoya. El muchacho tenía 16 años y un papá que se fue a las regiones mineras a probar suerte. “Aún lo estamos esperando”, dice el gerente de Plata Martillada, refiriéndose a su abuelo.

El joven absorbió cual esponja todo cuanto pudo y el entusiasmo le alcanzó para aceptarle a Leonidas el apoyo para estudiar en la Escuela de Comercio, que le ayudó a pasar  de la producción a las oficinas.

“Ahí le dejo”
Pasó el tiempo y un buen día Leonidas le dijo a su pupilo: “bueno, me devuelvo para Bogotá”, a lo que Carlos respondió “y qué hacemos con este negocio”. Floreciente, por cierto, pues era la única planta especializada en platería en la ciudad y el trabajo de sus 30 orfebres permitía ofrecer los artículos en sedes abiertas en Barranquilla, Bucaramanga, Manizales y Pereira.

La época era dorada. A sus mostradores llegaban clientes que adquirían relucientes bandejas de plata para homenajear a altos ejecutivos que se retiraban de las empresas. También se despachaban los trofeos que se entregaban en torneos de cartas y de golf, y una larga lista de objetos como jarras, copas para agua y juegos de té.

“Yo le dejo la empresa y usted me manda equis plata cada mes”, le propuso Leonidas a Carlos. El trato se hizo sin cuota inicial y no se sabe a los cuántos años se saldó la obligación.

Lo que sí sabe Carlos Agudelo, hijo, es que su papá “llevaba todas las noches “jigueradas” de productos para que sus cuatro hermanos le ayudaran a pulir, obteniendo ingresos extras para sostener a la familia; madrugaba a recoger los terneros de un vecino y luego se iba para la oficina.

Leonidas se desplazó de Bogotá a Quito, Ecuador, en donde abrió otra platería. En Medellín, Carlos se quedó solo con el negocio y el taller, mientras sus hermanos asumieron el manejo de las joyerías de las otras capitales.

Ya en solitario, Carlos consiguió más orfebres. Entre ellos, Ángel Ángel (sí, el mismo de la Joyería Ángel y Ángel), quien le propuso iniciar la producción y venta de pulseras, anillos, medallas y demás joyas en plata. Como la experiencia fue positiva, en 1945 se introdujeron las joyas de oro y la relojería.

La historia es cíclica. De los bienes que dejó su padre, Carlos Agudelo Ochoa recibió la joyería en la que acumula más de 50 años de trabajo. Con él están actualmente sus hijos, Margarita Rosa, Jesús Alberto y Juan Fernando. En su local del pasaje Junín aún funciona el taller, en el que laboran Luz Helena Uribe, experta en reparar joyas, y Carlos González, especialista en la elaboración de joyas de oro y plata. Todos ellos tienen más de 20 años de servicio, al igual que la vendedora, Patricia Monsalve.

La plata no es lo único que allí se ve. También hay joyas en oro, piedras preciosas y accesorios con variados precios. A sus 92 años, la competencia le sigue respirando en el cuello a Plata Martillada, pero mientras otros naufragan, la empresa sigue en pie. Según su gerente, “hemos sobrevivido por la gracia de Dios, la tradición y un trabajo que realizamos con honradez, calidad y por el hecho de seguir siendo fabricantes”.

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