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"Sólo el recuerdo de este amor quedó" (2)

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30 de abril de 2011
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Ánderson, el hoy comandante del Frente 36 de las Farc, que opera en el norte antioqueño, tiene una historia de amor enmarcada en la guerra. Hace unos años su compañera Rubiela fue gravemente herida durante la toma al corregimiento de San Antonio de Chamí, en Mistrató (Risaralda). Conocí su historia de varios de sus compañeros desmovilizados y a quienes conocí durante mi secuestro. El mismo Ánderson fue uno de mis carceleros.

Él fue quien comandó la toma guerrillera que llevó a su gran amor a la muerte. Después del combate, cuando se reencontró con Rubiela, esta, entre estertores, le dijo que lo quería mucho y no quería dejarlo solo. "Tranquila, tranquila que a usted no me le va a pasar nada", dijo él. Sin embargo, ella misma admitió que no había muchas esperanzas. "Siento el cuerpo encalambrado y sin fuerzas. Ánderson, cuide mucho al niño. Procure que sea un buen hombre", dijo la malherida guerrillera. La consoló mientras le limpiaba la sangre con su pañoleta.

Pero llegó el estertor final y Ánderson no tuvo más que hacer que dar la orden de alistar a los heridos y los cadáveres. Volvieron al campamento, esta vez con el sinsabor del fracaso y el dolor de la tragedia. Los guerrilleros caídos en combate fueron velados con guardia de honor. Como es costumbre, amarraron los cadáveres, los taparon con sus cobijas y les echaron tierra. El ritual terminó con una cruz de palo y el himno de las Farc. Ese lugar fue llamado desde entonces Los Mártires, a pocos kilómetros de San Antonio de Chamí.

Ánderson se aferró al recuerdo de su compañera y se propuso estar a su lado como fuera. Cuatro meses después, el Ejército ocupó la zona donde se encontraba sepultado el cadáver; así que él cumplió su promesa de amor. Les ordenó a varios guerrilleros ir a Los Mártires, desenterrar a Rubiela y llevársela.

Los muchachos cumplieron la orden, burlaron sigilosamente el cerco del Ejército y con palas sacaron el cadáver. El cuerpo se encontraba intacto. Cuando llegaron con él en una hamaca, el comandante les salió al paso. Gritaba como un loco y no cesaba de llorar. Ese comportamiento sorprendió a la tropa que hasta ese momento no era consciente del efecto que había causado en su jefe, el más admirado y fuerte guerrero, la muerte de su compañera.

De nuevo Ánderson llamó a honores militares y una vez el cadáver estuvo bajo tierra, acompañó su dolor con varias botellas de Brandy Domeq, exigió que sonara música guasca y lloró. El ritual de desentierro se repitió una vez más en otro campamento llamado Chapín. Dos años después de la muerte de Rubiela, su esposo mandó a matar al policía que la hirió durante el combate.

Hay una canción que posiblemente acompañe su recuerdo. Según decían sus compañeros, Ánderson la escribió en medio de su dolor y se la hizo llegar en ese entonces a su conocido, el cantante Luis Alberto Posada. Cuyo padre tenía una finca de café en Santuario Risaralda. Se titula Rubiela y en los créditos del álbum Ayer, hoy y siempre, se reconoce la autoría de Ánderson. Ánderson, reconocido, pues, por la disquera como compositor.

"¡Oigan la canción de Ánderson y Rubiela!", decían los guerrilleros durante mi cautiverio, cuando en el radio sonaban las primeras notas: Momentos felices que pasamos tú y yo. /Sólo el recuerdo de este amor quedó. /Recuerdos muy tristes de un amor perdido. /La semilla que sembramos. /Nuestro hijo ya sin madre y aquí luchando solo me encuentro yo.

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