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SOPA, SECO, EJEMPLO Y BECAS

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31 de marzo de 2012
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Él es indio, de la India. Se llama Harivadan. Cuando lo conocí vestía la kurta, uno de los trajes típicos masculinos de su país. Su elegante presencia me hizo sentir cual humilde vasalla frente a un maharajá bonachón.

Ella también es india, de la India. Se llama Hasita y es la esposa de Harivadan. Igual que él, parecía una maharaní dentro de un sari bellísimo.

Por un momento dejé que mi imaginación volara. Conjeturé que vivían en un majestuoso palacio, que imponían autoridad sobre su reino, que nadaban en riquezas y privilegios y que debían ser admirados, temidos, obedecidos y a veces, también, aborrecidos por sus súbditos.

¡Nada que ver! Hari y Hasita son de carne, corazón y hueso, viven entre nosotros, son vegetarianos -aunque comen chicharrón- y de ostentaciones, nada. Más bien son ángeles guardianes que nos mandaron de un cielo lejano. Su sonrisa amplia y permanente le da sentido a una de las máximas de Gandhi: "Si tú estás en paz contigo mismo, al menos habrá un lugar pacífico en el mundo".

Llegaron a Colombia hace muchos años, y fueron acogidos con tanto cariño que decidieron quedarse en estas tierras, pese a venir de una de las grandes civilizaciones del mundo, rica en historia, arte y espiritualidad.

Según Hari, "Medellín es un paraíso. Con violencia, pero paraíso". Convencidos de que "sólo quien da recibe", no se conformaron con hacer empresa y generar una sorprendente relación de gana-gana con sus empleados, sino que quisieron ir más allá. En retribución por la hospitalidad decidieron ponerle zancadilla a la desigualdad y se fueron por el camino más certero: la educación. Entonces crearon la Fundación Mahatma Gandhi.

Diez años después de iniciada la tarea, más de cien jóvenes han sido becados por ellos con recursos de su propia billetera y con la ayuda de algunos amigos que se sumaron a la causa.

Treinta y nueve jóvenes ya se graduaron. Se espera que estas semillas germinen y sean multiplicadores de los principios de la Noviolencia, para alcanzar, algún día, una sana convivencia en nuestro país.

De la India se trajeron bártulos y trajes típicos, pero también empacaron las enseñanzas de ese ser maravilloso que fue Gandhi y las replican, no sólo en la fundación que bautizaron con su nombre, sino que van por escuelas y colegios llevando sus mensajes sobre cultura de la verdad y compasión con los demás. Si logran convencer al menos a un muchacho, ya le habrán arrebatado un miembro potencial a una bacrim. ¡Ganancia neta!

Los maharajás están venidos a menos en la India, pero Harivadan y Hasita son unos príncipes que han abierto caminos de esperanza donde nosotros sólo vemos pesimismo. Pudiendo ayudar a su país de origen, lleno de riqueza y de pobreza a la vez, decidieron quedarse en el nuestro "sembrando para servir".

Y nos han dado sopa, seco, ejemplo y becas para nuestros jóvenes. Eso es generosidad sin límites. Gracias inmensas, desde el alma, en nombre de esta sociedad agobiada y doliente.

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