Desde su trabajo como escritor en la serie Felicity a comienzos de siglo, J.J. Abrams ha demostrado que tiene claro cómo se cuenta una historia siguiendo el modelo de escritura audiovisual estadounidense: primero se presenta a los personajes, luego se crean los vínculos entre ellos que darán vida al resto de la trama y finalmente se los pone frente a situaciones en las que nosotros, como espectadores presentes desde el comienzo, creemos saber cómo reaccionarán. Lo ha hecho así, con sus correspondientes variaciones, durante su ascendente carrera (que incluye éxitos como Alias o Lost), hasta convertirse en el heredero de su ídolo: Steven Spielberg.
Al asumir la difícil tarea de revivir la serie Star Trek en el cine, debiendo conquistar nuevas audiencias para justificar su presupuesto pero teniendo también que complacer a los seguidores de la saga, Abrams decidió aplicar la misma lógica. De esta manera, la película de 2009, se arriesgaba al escoger a los jóvenes actores que asumirían los icónicos papeles del Capitán Kirk y de Spock, mientras los presentaba junto a otros personajes relevantes como Uhura, Scotty o el doctor Bones. En esa primera entrega Abrams gastó mucho tiempo en explicarnos qué tipo de trabajo realizaban los tripulantes del Enterprise y en asegurarse el beneplácito de los puristas, utilizando el recurso de la línea de tiempo alterna, para no tener que lidiar con la mitología ya creada por la serie y poder hacer algo nuevo.
Ahora, con Star Trek: en la oscuridad da el segundo paso en el proceso: establecer las relaciones que nos ayudarán a comprender lo que venga de aquí en adelante. No estamos ante una película autónoma. Estamos, y así debemos entenderlo, ante el prólogo de una saga que puede extenderse hasta el infinito (por eso en los créditos finales hay una especie de presentación de planetas, a lo mejor escenarios de las próximas entregas). Y tal vez sea esa una de las fallas que podríamos achacarle a la cinta y que, sin embargo, no afecta el emocionante resultado final: es demasiado consciente de sí misma, demasiado calculadora. Sabiendo que es un capítulo de una serie, Abrams utiliza la estrategia de que todo gire en torno a un par de temas que seguramente aparecerán en próximas entregas: la dualidad entre lo moralmente correcto y lo legalmente permitido, la diferencia entre la amistad y la lealtad.
Kirk y Spock deberán enfrentarse a John Harrison, un antiguo miembro de la Flota, que se ha rebelado contra la autoridad de la Federación y lleva a cabo un ingenioso plan para acabar con ella.
En el camino protagonizarán las previsibles escenas de acción que Abrams sabe planear muy bien, combinando belleza de imagen con intensidad en la edición (lo gracioso es que las mejores no son las de naves espaciales, sino aquellas donde la gente corre), mientras que las pequeñas tramas paralelas se desenvuelven con precisión, para establecer futuros conflictos dramáticos. Porque habrá más viajes: J.J. Abrams ha sabido asegurarse de ello.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
