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Suicidio: ¿trascendencia o frustración?

13 de noviembre de 2008
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La noticia pasó por los medios tan rápido como la muerte irrumpe, sea porque la llamen o porque llegue a la fiesta sin tarjeta de invitación.

El cuerpo sin vida del futbolista griego, de 25 años, Giannis Koskiniatis, perteneciente al Diagoras, equipo de tercera división, fue encontrado en la localidad de Profitis Ilias, ubicada en las afueras de la capital de Rodas. Cuando sus compañeros de escuadra se enteraron del suceso, en momentos en que por falta de iluminación se suspendió el partido que disputaban contra el Olimpyacos, el técnico del Diagoras recordó que fue él mismo quien le notificó al muchacho que no jugaría el compromiso, pero que se mantuviera concentrado en el hotel. Sin embargo, Koskiniatis, víctima de la depresión, se escapó del lugar y se fue, solo, a rumiar su decepción de no ser titular.

No deja de ser llamativo que este suicidio, con el sabor a fracaso que lo caracteriza, haya ocurrido en uno de los faros mundiales del conocimiento, como es Grecia, en donde esta práctica no sólo ha sido parte de una cultura en la que quitarse la vida ha constituido, si se quiere, una concepción del mundo y por ende de habitar en él.

Con todo y que la pregunta inevitable es por el espíritu de heroísmo que subyace o no en la decisión final del derrotado futbolista griego, su experiencia nos permite adentrarnos en la historia que ha vivido el suicidio en la sociedad griega.

Se cuenta cómo en la Grecia clásica ocurrió la primera epidemia de suicidios entre la población joven de Mitelo, ante lo cual se creó la costumbre de exponer sus cadáveres en la plaza pública.

El suicidio era considerado como una suerte de deber entre ciertos estamentos del Estado y de la sociedad -caso de los militares, los políticos corrompidos-, además de que había sitios destinados para este tipo de actos.

Era práctica habitual en Atenas que una persona, antes de hacerse daño, pedía permiso al Senado que se lo autorizara, luego de lo cual el suicidio se convertía en un acto legítimo.

En esta concepción, el suicidio era visto como una alternativa de locura y libertad, muy distinta a la idea de san Agustín y santo Tomás, que llegó siglos después, y según la cual "matarse es un pecado contra la ley natural de Dios", como también considerar que "El hombre que se mata a sí mismo es un homicida".

A partir de esta sentencia, se volvió costumbre negarle a un suicida el derecho a ser enterrado en tierra santa.

En nuestro medio se hicieron famosos los cementerios para suicidas porque supuestamente se habían rebelado contra la voluntad divina.

Mientras el suicidio de los filósofos griegos era un acto heroico y merecedor de convertirse en un hecho público, el de Koskiniatis fue registrado más por tratarse de un futbolista frustrado que el de un heredero de tan majestuosa cultura.

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