"Yo no quiero hacerle daño a nadie, ni vine a robar. Lo único que voy a hacer es acabar con mi vida, de aquí no salgo vivo". A las dos de la tarde de ayer, Francisco Cartagena ingresó a la sede de una cooperativa financiera del barrio San Javier, desarmó al celador y apuntándose a la cabeza dijo lo que dijo.
Los pocos clientes que a esa hora habían ingresado, se refugiaron en una de las esquinas del local financiero. Pero Francisco no había venido por plata, lo dijo claramente y lo repitió mientras se apuntaba en la cabeza, él había venido a morirse en ese lugar, a meterse un tiro.
Uno de los cajeros lo reconoció de inmediato. Unas semanas antes, Francisco había abierto una cuenta en la entidad financiera y el mismo vigilante ya lo había visto circular por allí varias veces, pero no había una sola sospecha, era un cliente más.
A los pocos minutos, por la puerta de cristal de la entrada, apareció el coronel Luis Eduardo Martínez, comandante de la Policía Metropolitana, con un celular.
Francisco reaccionó. El Coronel también. Comenzaron a hablar con gestos, Francisco levantaba la mano pidiendo distancia y el Coronel le levantaba la mano para pedirle comprensión.
Rehenes
Los primeros rumores dieron cuenta de rehenes. Nunca hubo tal, Francisco solo estaba pendiente de mantener el arma apuntando a la sien y hablar por celular; habló por horas, algunas veces con Martínez, otros con la Defensoría del Pueblo, otras no se sabe con quién.
A las tres de la tarde, uno de los oficiales le acercó una bolsa negra al Coronel. Era una de las peticiones de Francisco: un ramo de flores. Entonces el público comenzó a sospechar lo evidente, después de que el Coronel destapara el paquete y se lo mostrara a través del cristal, que esto no era un atraco ni una toma de rehenes, si no un recurso desesperado para recuperar un amor.
Pero Francisco desechó el ramo, no le gustó. No le pareció suficiente para recuperar el amor, ese mismo que lo tenía a un movimiento de la muerte.
Entonces, la Policía decidió irse de frente, porque sino, esta operación para rescatar a Francisco de los delirios del amor, podía tomar días.El amor
Yaneth conoció a Francisco cuando los dos trabajaban en una empresa de vigilancia y él quedó enamorado de su belleza y forma de ser.
-Pero solo fuimos amigos- aclaró, antes de entrar, blindada por un chaleco antibalas e intentar hacer entrar en razón a Francisco.
Ella era la causa de los desórdenes. Como nunca le había prestado atención, Francisco la convirtió en su obsesión. Esta no era la primera vez que amenazaba con matarse, pero sí la más grave desde el matrimonio de Yaneth en 2007.
Junto a Yaneth entró el Coronel Martínez, un representante de la Defensoría del Pueblo y un par de jóvenes con túnicas blancas que simulaban a un par de sacerdotes.
Dentro del local, el movimiento de manos era la única forma de saber qué pasaba: unos exigían, el otro amenazaba, uno de los jóvenes de la túnica blanca movía las hojas de una biblia, en la que no encontraba una respuesta adecuada para el momento. Yaneth lloraba.
Afuera la tensión era evidente. El local estaba rodeado por todas las especialidades de la Policía Nacional, los periodistas buscaban la mejor foto, los rehenes que fueron liberados explicaban cómo el hombre había entrado al local y se había convertido él mismo, en el rehén de sus propios demonios.
De un momento a otro, el coronel Luis Eduardo Martínez logró acercarse lo suficiente, hablarle con franqueza al hombre atribulado y después de una maniobra, en la que Francisco quedó desarmado, tres horas de angustia terminaron.
Lo que siguió fue un remolino de policías, Francisco, cámaras y curiosos que se fueron de la misma forma como llegaron, después de que un hombre no lograra controlar una decepción tan simple como son las decepciones del amor.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6