Luego de años de espera para su ratificación y su aprobación, finalmente en esta fecha entra en vigencia el TLC con Estados Unidos y comienza el principal remezón que, en décadas, sufre la estructura económica y productiva de Colombia.
Sin duda, los retos que deberá enfrentar el aparato productivo nacional son de gran magnitud pero, paralelo a los mismos, se abren enormes oportunidades de progreso, bienestar y desarrollo para toda la nación.
La sabiduría y la eficacia que debe caracterizar el accionar del Estado y la capacidad de adaptación y cambio de las empresas y los demás actores económicos determinarán si, efectivamente, como se concibió desde que se iniciaron las negociaciones por parte del gobierno Uribe, el tratado nos traerá mayores beneficios.
Por décadas, el desarrollo productivo del país ha descansado sobre las mullidas bases que le han brindado la protección y los apoyos de las políticas públicas. Por ello es que la estructura productiva de nuestro país se caracteriza por su nivel relativamente básico y poco sofisticado, lo que se refleja, en gran medida, en un entorno empresarial poco exigente y competido, y muy ajeno a los procesos innovativos.
Esto hace que la puesta en marcha del TLC con Estados Unidos signifique un gran reto para la transformación y la modernización de las estructuras económicas y los sectores productivos de Colombia, transformación que deberá llevarnos a disponer de un aparato de producción más sintonizado con las realidades y las exigencias que enfrentan sus pares del mundo desarrollado.
Es claro que, paralelo a los retos y los riesgos, con el tratado se abren oportunidades. Basta pensar que nuestras empresas tendrán acceso preferencial al principal mercado del mundo.
Sin embargo, es inocultable que habrá costos para determinados sectores que, desde que se iniciaron las negociaciones y se cerró el acuerdo, estaban plenamente identificados, al tiempo que se aceptaron en el entendido de que los mismos son menores a los beneficios que devengará la sociedad colombiana.
Si Colombia aspira a seguir una senda de progreso basada en la modernización que, entre otras cosas, la lleve a ocupar un lugar destacado a nivel mundial, tiene que entender que atrás quedaron los tiempos del aislamiento, la protección a ultranza, las rentas derivadas de la propiedad de la tierra improductiva y del negocio facilista ajeno a la laboriosa construcción de una industria exitosa.
En la era de la globalización y el conocimiento, el comercio internacional tiene que convertirse en una fuerza fundamental del crecimiento económico y el desarrollo social del país.
La apertura al comercio significa nuevas oportunidades de negocio, las que se convierten en mayores demandas para la aplicación del ingenio y la innovación, la profesionalización de las empresas y las industrias, la formación del recurso humano y el avance social.
Con el tratado con Estados Unidos y los que le siguen se crean nuevas condiciones de desarrollo que exigen del Estado colombiano la implementación de estrategias e instituciones idóneas que aseguren una respuesta virtuosa.
Igualmente, las regiones y las empresas tienen que cumplir un papel mucho más activo en un entorno que les será más exigente pero que, al mismo tiempo, está lleno de oportunidades para la generación de empleo, la formación de capital humano y el desarrollo tecnológico innovador.
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