Setentaiuuuuuuno... se oye el grito por la esquina donde la culebra empinada marcada como calle 5 Sur se une con la carrera 80 AC, arriba, en Belén Rincón La Capilla.
Cincuentaidoooooooos, ochentaiciiiiiiiiinco... los números salen de una bolsa de tela blanca, que se agita previo a sacar una nueva ficha. Un vaivén de la suerte en cada nuevo turno.
Y los va cantando Sofía y con cada grito se marca en 150 tablas el número dictado. Sirven las monedas de 20, las piedras, los botones y hasta las cáscaras de mandarina para completar la cuadrícula.
Pero no son 150 jugadores, porque hay quien tiene dos, o tres o hasta cinco tablas para jugar este bingo callejero, una tradición que tiene años ya en este rincón de Belén Rincón.
Porque si se le pregunta a Lina Pérez desde cuándo se juega, ella, con 21 años en este mundo, dice que lo ha jugado toda la vida.
Lo mismo dice Gloria Avendaño, que le dobla la edad a Lina; y lo repite Claudia Gómez, que recuerda jugar desde los 10 y ahora, con 32, aún se sienta en el suelo con sus tres tablas, cada domingo, de 4:00 a 7:00 p.m. a ver si la suerte le sonríe.
Y si las tradiciones tienen en su haber ese halo de ancestrales, esta cita dominguera cumple de lejos con ese requisito, porque la costumbre de sentarse en la calle a jugar bingo parece tener los mismos años que suma el barrio.
La cuenta más exacta la tiene Graciela Cadavid. Fue su abuela, dice, la que empezó la tradición. Y la siguió su mamá y perdura en ella.
"Hace unos 46 años que se juega bingo aquí en la calle", concluye.
Un improvisado salón de juego
Desde el sector conocido como La Capilla se aprecia buena parte de Medellín.
El Olaya Herrera, Ciudad del Río, el edificio de Bancolombia y una infinidad de edificios que se trepan por las montañas surorientales de la ciudad.
Desde allá se puede ver hacia el norte y hacia el sur sin que muchas edificaciones estorben, pero la atención, ahora, está es en los andenes.
La calle que lleva hasta el punto exacto donde se juega el bingo solo puede ser transitada por un carro a la vez.
"El que quiera jugar tiene que tener su propia tabla y que no esté repetida", cuenta Claudia, en un respiro mientras se recoge un nuevo case, a 100 pesos por tabla.
La encargada de recoger el cash es Miriam Cadavid, que va de jugador en jugador cobrando antes de empezar una nueva ronda.
Y si la primera la cantó Sofía, la que sigue le toca a Gloria Avendaño, o a la propia Graciela, y todas lo hacen con la misma entonación, como si nunca cambiara la que está gritando los números.
En un día donde el azar se ponga de su lado, uno podría ganarse unos 30 mil pesos. Eso fue lo que se hizo hace unos 15 días Graciela. Ese domingo estaba enchufada.
A estos vecinos nadie los llama a jugar, es una cita espontánea, sin reservas, sin invitaciones previas.
Cada domingo van llegando, lo mismo que los lunes festivos. Se sientan con sus tablas a pasar la tarde.
"Esto es por pura entretención ¿Qué más hace uno aquí?", responde Lina. Pero al final, pasar la tarde jugando con los vecinos no es tan mala idea.
Es tan serio este compromiso (o tan divertido), que ni siquiera cuando llueve se deja de jugar. El juego, comenta Lina, pasa entonces de las aceras al corredor de la que fuera la casa de la abuela de Graciela.
Los jugadores
"Vea, las primeras que empezaron fueron las abuelas. Jugaban aquí, en esta casa donde vivía la mía", recuerda Graciela.
Ahora hay abuelas, madres, hijas, bisnietas. Son en su mayoría mujeres, pero también hay muchachos.
"Los niños no juegan, esa es una regla, porque se ganan una tabla y se van a gastarse la plata y entonces perdemos nosotras", sentencia la mujer con la experiencia de toda una vida entre sus tareas diarias y el bingo. Ella, por cada tiro, apuesta 1.300 pesos.
"¡Bingo!", grita alguien mientras Claudia estaba distraída contestando unas preguntas impertinentes.
"Para algunos, faltar al bingo, es como no ir a trabajar; se ha convertido en parte de nuestra vida y lo tomamos muy en serio. Allí se comparte, se discute, se goza y se pasa genial".
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6