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Un cadáver en el tren de aterrizaje

  • Humberto Montero | Humberto Montero
    Humberto Montero | Humberto Montero
18 de julio de 2011
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Mientras el vicepresidente cubano, Machado Ventura, defendía la "actualización" del fracasado modelo socialista que está llevando a cabo el régimen de los Castro, Adonis G.B. sufría convulsiones incontroladas a 50 grados bajo cero en algún lugar indeterminado del Atlántico.

A sus 23 años, Adonis no tenía la más mínima idea de que el cuerpo humano es incapaz de soportar esas temperaturas, más aún durante las 9:30 horas de un vuelo entre La Habana y Madrid.

Lo más probable es que el joven balsero aéreo ni siquiera supiera que el tren de aterrizaje es la parte no presurizada del avión.

"Tenemos que ser objetivos. Cuando hablamos de cambios, en algunos casos serán graduales, no podrá ser de un día para otro", voceaba Machado Ventura, brazo derecho de los tiranos del Caribe desde Sierra Maestra, cuando estuvo a las órdenes del Che y de Fidel.

"Se ha notado el cambio que estamos pidiendo", añadió satisfecho.

Y no le faltaba razón. Adonis también notó los cambios: la reducción de todos los subsidios por una bancarrota anunciada como consecuencia de un sistema inmoral que elimina al individuo y la reubicación imposible de 500.000 empleados públicos en unas empresas privadas inexistentes.

Había notado que la gerontocracia que comanda Cuba jamás dejará las riendas del poder a una juventud con ganas de cambiar las cosas, con ideas, con toda la vida por delante.

Pese a los esfuerzos de la dictadura por maquillarlo, se había dado cuenta también de que no quedaba un solo peso para enjuagar los 20.000 millones de dólares perdidos desde 1998 por culpa de los huracanes que, desde que el mundo es mundo, azotan la isla.

Sabía todo eso y más: que su país se iba a la mierda sin remisión y que nadie, ni dentro ni fuera, iba a mover un dedo por él.

Y como no podía esperar a que los mamuts del Partido Comunista concluyeran las 603 reuniones de secretarios generales previstas -van por la 474-, ni a la redacción de las mismas, ni a su posterior debate por los órganos del partido y del Parlamento (que es exactamente lo mismo) para, al final, autorizar la compra-venta de coches, Adonis decidió meterse en el tren trasero de aterrizaje del vuelo de Iberia 6620 con destino a Madrid.

Quizá tampoco sabía que la tasa de paro en España es del 20 por ciento y que de los 115 presos cubanos excarcelados en el proceso de negociación con la Iglesia católica y de sus 647 familiares exiliados todos en España ninguno ha encontrado trabajo y sobreviven gracias a los 2.000 euros por familia que entrega cada mes y por ahora el Gobierno español.

Quizás creía que, una vez pisadas las pistas del aeropuerto de Barajas, se le iba a conceder el asilo político y que entonces le llegaría al mes un cheque del Gobierno, que lleva gastados 12,6 millones de euros por quitarle de encima a los Castro a la mitad de la disidencia interna.

De un Gobierno -el español- que ya no puede ni ayudarse a sí mismo y cuya cúpula policial va a ser procesada por -créanme- colaborar con los terroristas de Eta por darles un chivatazo en plena tregua.

Adonis no sabía nada. Sólo quiso escapar en busca de la libertad. Pudo haber elegido Miami, pero escogió soñar con España.

A las 13:50 horas, procedente de La Habana, su cadáver se desplomaba con heridas en el tórax y en la cabeza cuando su avión tocaba España. No huía de su patria. Escapaba de los Castro y de sus reformas.

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