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Un compás de espera a la paz

Se inicia un proceso de paz, en un entorno cómodo para la guerrilla (La Habana) y con prudencia por parte del Gobierno. El país quiere la paz, con dignidad, justicia, y no a cualquier precio.

  • Un compás de espera a la paz | ILUSTRACIÓN CAMILA MONTEJO
    Un compás de espera a la paz | ILUSTRACIÓN CAMILA MONTEJO
04 de septiembre de 2012
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Ennuestro editorial del 9 de febrero de 2011 (“Diálogo, pero no incondicional”), decíamos que ante la perspectiva de diálogos de paz que ya desde esa época se dejaba entrever, “las Farc tienen que saber que Colombia ha cambiado, y que el mundo también”.

Ayer, en su alocución informativa sobre el inicio de un nuevo proceso de paz, con la firma de un “Acuerdo General para la Terminación del Conflicto”, el Presidente Juan Manuel Santos ratificó que “estamos ante una oportunidad real (de paz)”, entre otras razones, “porque Colombia ha cambiado, y el mundo ha cambiado”.

El Jefe del Estado reiteró varias veces que este proceso que se inicia no se parecerá a ninguno de los precedentes. Sabe perfectamente que el país no aceptaría una pantomima de relegitimación guerrillera.

Por eso, su compromiso de no bajar la guardia militarmente, y de no desautorizar la ofensiva de nuestras Fuerzas Armadas contra los ataques arteros de las Farc y el Eln, lo tomamos como un compromiso de honor de su parte. El Presidente Santos sabe que, aparte de que esa es su obligación constitucional como comandante supremo, Colombia no perdonaría ser dejada a merced de quienes hablan de paz en discursos de hueca retórica revolucionaria a la vez que asesinan y arruinan zonas enteras del país.

Le tomamos también la palabra al Presidente cuando, entre los valores que se comprometió a no olvidar en las conversaciones de paz, está el de la justicia. La misma que, por compromisos jurídicos internacionales del Estado colombiano, irrevocables, no admite impunidad para los crímenes atroces ni de lesa humanidad.

Hace bien el Presidente Santos en dejar sentado que no estamos ante hechos cumplidos, que no estamos enfrente de una realidad de paz ya consolidada. Él considera que está haciendo lo debido, y el país ansía que acierte en su propósito de encontrar el mejor camino de pacificación. Tendrá apoyos importantes, que no significan carta blanca para ceder en cualquier cosa.

Compartimos su llamado a la prudencia, su cuidado al no generar expectativas desbordadas, pero le demandamos fortaleza a la hora de hacer valer la institucionalidad.

El hecho de que el Presidente pida “templanza, paciencia y fortaleza” al pueblo colombiano por los estragos que las Farc seguirán causando, indica el grado de riesgo político que corre, y que está más que dispuesto a asumir. Ojalá no sea muy alto el costo en vidas humanas.

No habrá ni cese el fuego ni exigencia de parar el terrorismo. Un trago difícil, pero no inédito en negociaciones de paz, aceptado por pragmatismo, por lo menos en esta etapa, para la consecución de un bien mayor.

Las objeciones y críticas que se hagan al proceso deberán estar animadas por un genuino interés de cooperar a un fin al que nadie se niega: la paz. Y esas discrepancias no pueden ser etiquetadas como estrategia de extremistas o saboteadores, como las calificó el Presidente en su discurso.

Por ejemplo, el Presidente Santos dice que las Farc han procedido con seriedad. Lo dudamos. Por mencionar sólo un caso, recordamos el intento de asesinato de un exministro de Estado, en mayo pasado -en el que murieron dos de sus escoltas- cuando quienes ordenaron el crimen estaban ya sentados en La Habana.

La intervención de alias “Timochenko”, por video retransmitido desde La Habana, cae en las mismas falacias conocidas de los dirigentes de las Farc, si bien abre otras perspectivas que ayudan al optimismo del Presidente Santos.

Se abre un compás de espera, para un país sufrido y aún no curado de espantos. Nadie se niega a la paz. La paz con dignidad, y no a cualquier precio.

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