Por estos días, como lo informó El Colombiano el pasado 6 de septiembre, se está discutiendo en el Consejo de Seguridad de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la política de seguridad común para los países miembros. Pero ya algunos, como los representantes venezolanos, intentan volver el debate en función de sus objetivos demagógicos.
Así, Nicolás Maduro, el canciller de Venezuela, ha comentado que la política común de seguridad debe preocuparse por "moderar el intervencionismo de factores o poderes extranjeros en la región".
A la voz de Maduro se unió la del ministro de Energía Eléctrica del mismo país, Alí Rodríguez, quien sucederá a María Emma Mejía en la Secretaría General de Unasur el próximo año, y quien sostiene que las grandes guerras han sido siempre "producto del conflicto entre grandes potencias por la apropiación de recursos naturales".
Así pues, la discusión ha sido desviada por las preocupaciones alucinantes de algunos representantes de países que conforman la unión suramericana. Pero nuestros países no necesitan protegerse de maléficas potencias que conspiran en la oscuridad para invadirlos y robar sus recursos naturales. Lo que Sudamérica pide a gritos en materia de seguridad es la coordinación y cooperación transnacional para enfrentar el muy real problema del crimen organizado y el narcotráfico.
En efecto, la intervención directa de un tercer país en Suramérica es altamente improbable, incluso más extraño de lo que podría resultar una guerra entre los mismos países suramericanos. Nuestro planeta está cada vez más interconectado; la guerra entre Estados, en general, es cada vez más improbable.
Lo que sí va en aumento son las llamadas "nuevas guerras", conflictos que involucran actores no estatales, de baja intensidad, de muchísima complejidad y que suelen darse en un escenario transnacional, que involucra a varios países.
Es el caso de la guerra contra los carteles de la droga o el crimen organizado internacional. Estos conflictos tienden a ser un desafío demasiado grande de enfrentar para un solo Estado y los grupos que los pelean son capaces de adaptarse y moverse con rapidez, mientras amenazan la estabilidad de los sistemas económicos, políticos y sociales donde actúan.
Los carteles y las bandas criminales transnacionales son la mayor amenaza a la seguridad sudamericana; más allá de las alucinantes invasiones de lejanos imperios que se plantean en la discusión de Unasur.
Si dejamos que este importante debate degenere en una plataforma para imaginar locas conspiraciones en busca de crear enemigos externos que no existen, podríamos perder la valiosa oportunidad de plantear una política de seguridad común que ayude a todos los países a abordar los problemas verdaderos.
Y es que en la cooperación está la clave para enfrentar efectivamente el crimen organizado internacional y si dejamos que las consideraciones políticas locales de cada país se tomen la discusión en Unasur, esto solo logrará alejarnos aún más de un consenso respecto a las maneras y mecanismo como los países del continente deben enfrentar a la amenaza real.
Unasur puede llegar a ser relevante, pero solo desde una plataforma de seguridad común dirigida a atender los problemas reales de sus países miembros, ignorando los objetivos demagógicos de algunas coyunturas políticas locales. Si lo logra, es probable que pueda volverse una Unión de Naciones con verdadera vocación de permanencia.
*Del Programa Jóvenes Pioneros.
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