Digamos que el día transcurrió sin pena ni gloria con relación al desayuno. Bueno, tal vez un poco de pena por las recomendaciones médicas de la época que por lo general nos privan de las pequeñas cosas gratas que tiene la vida, aparte de sesiones de caricias, besos y abrazos interminables. Y esas prohibiciones al lado del veto a ciertas otras carnes, un buen trago de algún licor y un poco de grasa con el pan o las deliciosas hostias de arepa, terminan por buscar una palabra opuesta a la felicidad, porque no hay ninguna duda sobre lo que las grandes mayorías llaman felicidad: un buen trozo de cerdo frito, unos plátanos calados, un inmenso pastel de chocolate y algunas frutas en la lista negra por el solo hecho de estar llenas de un tesoro llamado fructuosa.
-Usted sigue este régimen o no respondo por su vida.
-Y, doctor, ¿cuánto puedo durar si hago todo lo que me prohíbe?
- A veces un plazo de 24 horas es mucho... y no me refiero precisamente a la ingestión de una tajada de piña. Usted, a su edad, ya sabe de qué le estoy hablando. Creo que en el Paraíso terrenal le dieron a Adán 12 horas para desocupar, solo por desobedecer. Y no se murió porque era muy joven. Estaba acabado de hacer... Vivir o morir no es cosa suya ni mía, pero vivir mejor o un poco más sí es cosa de nosotros.
En verdad los argumentos del médico a quien fui a visitar en las horas de la tarde no me convencían mucho, aunque para algunos eran palabras sacadas de la Biblia. Entonces hay que vivir sin puerco frito, sin piña dulce, sin bananos pecosos, sin tajadas de papa, sin una buena hamburguesa, o de donde sea la "fulana"... ¿Y para beberse un buen trago de algo que nos ha gustado media vida, hay que hacerlo al lado del cajón? Entiendo eso, pero entiendo también que en todo, o en casi todo, hay exageración.
-¿Entonces, doctor, la idea es morir sano como dicen los seudohumoristas?
-En parte es verdad.
Y bien, entonces hay que morir en buen estado de salud, como si al otro lado nos fueran a hacer un examen para ver si lo pasamos y podemos seguir. Eso parece. Morir sano debajo de un camión, como una mariposa contra una motocicleta, de un resbalón en el baño y un golpe definitivo en el cerebro, es decir, en la cabeza, en la parte más sensible. O con la costumbre tan "criolla" del balazo en el occipital para que nadie tenga que perder tiempo. Ni el médico al declarar muerto al difunto, los jueces para saber que fue un crimen y el paciente para no saber por qué no pudo llegar a la casa esa tarde.
-¿Y, cuánto le debo doctor Acosta por la consulta?
- Un salario mínimo de un mes, querido amigo.
Me dijo amigo. Sigue cobrando por diez minutos lo que me gano en un mes, le siguen llamando doctor y sigue sano. Yo no le digo nada feo. Solamente recuerdo su apellido y digo: doctor Acosta, usted vive A...costa mío y de otro montón de pendejos que seguimos creyendo que la calidad de vida es no comerse un chicharrón cuando nos dé la real gana.
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