Como hacía dos meses no llovía, el jueves pasado, cuando de pronto el cielo se tornó plomizo y no dejó esperar el aguacero, los habitantes de San Andrés de Sotavento celebraron en sus casas la fiesta de la lluvia.
Pronto vieron a las hijas de Edith Pacheco, Sammy y Carmen, dos adolescentes que se ocupan de los oficios domésticos mientras su mamá trabaja en el restaurante La Popa, dejar sus mecedoras y correr al fondo de la precaria vivienda en busca de "los chácaros"; es decir, recipientes para almacenar agua. Los pusieron en el suelo a recibir los chorros que caían del tejado de zinc. Y hasta se bañaron con ropa en uno de los del alero frontal de la casa, situada en el barrio La Monta, justo al pie de la pavimentada carretera de entrada al pueblo de los trenzadores de cañaflecha, la materia prima de los "sombreros vueltiaos".
"El agua lluvia es oro líquido para nosotros", dijo Edith, sentada en el pasamanos de concreto de la vivienda. No hacía diez minutos había llegado de trabajar cuando se aflojó el chubasco. "Mira, Carmen, no dejes perder aquel chorro de la esquina. ¡Ve a la cocina, busca un chácaro y ponlo ahí!"
Cuando el cielo se acuerda de ellos, el líquido que les manda es aprovechado para beber y cocinar. Así evitan tener que hacerlo siempre con el agua de los grandes charcos, a los cuales los sanandresanos llaman pozos, como el del Estanco o Del Gobierno. Agua, un poco pantanosa, que los aguateros -como Fidel Castro, un caucasiano que encontró hace doce años en San Andrés su estancia luego de que la isla del río Cauca que habitó siempre y heredó de su madre, fuera borrada por una creciente-, pasan vendiendo en tanques de 20 litros a 250 pesos cada uno, en carretillas en las que logran llevar seis. Un agua que, por más que hiervan, por más que se cocine con el arroz o la sopa, produce diarrea las más de las veces.
El Estanco es un charco que nunca se seca del todo y en el que vive una babilla. Algunas casas que no tienen pozo séptico vierten en él sus aguas negras.
"Esa sirve para lavar baños, los trastos de la cocina, ropa y hasta para bañarse -dijo Berta, la mamá de Edith, quien miraba hacia afuera por la ventana y lamentaba que a los 20 minutos, la lluvia estuviera amainando-. Mira, mija, ya está serenando".
Claro que hay acueducto. La municipalidad extrae agua de depósitos situados a 250 metros bajo la superficie terrestre y, sin costo, cada que puede, el agua llega a las casas. Pero es impotable y salada. Corta el jabón y no da espuma.
Este pueblo de 400 años de historia, que le da nombre al resguardo indígena Zenú y alberga la mayor parte de los 177 cabildos del mismo, se queja por no tener agua potable y apenas sí contar con energía eléctrica, en una temperatura que de día excede los 35 grados centígrados.
Caracterizado por una paz a prueba de paramilitares y guerrilleros, la noche del domingo 22 de noviembre sorprendió al mundo con la noticia de que sus habitantes se habían sublevado por el maltrato de la empresa Electricaribe, que atiende el servicio de energía, el cual todos consideran malo y caro. Como ejemplo, una vecina de Edith, Denaida Bertel Suárez, vive en un rancho de cañabrava pegada con boñiga de vaca con sus cuatro hijos pequeños. Cocina con leña, carece de electrodomésticos e ilumina mal su vivienda con un foco de 60 vatios colgado en el umbral para que la mitad de la luz alumbre adentro y la otra mitad, afuera. Y tiene una factura de 58 mil pesos que ya se venció.
El domingo, el corte de energía se prolongó más de lo anunciado, muchos pobladores salieron a protestar. Todo parecía normal, porque los pocos ricos y los muchos pobres estaban de acuerdo en que estaba bien manifestarse contra Electricaribe. Pero nadie sabe cuál diablo empujó la mano que arrojó la primera piedra, ni de dónde provino el viento que alimentó las llamas que quemaron la Alcaldía y la casa del Alcalde. Hubo tres muertos. Se quemaron por robar en esa casa.
Después, los sanandresanos no se han quejado tanto por el toque de queda que los manda a dormir a las 10 de la noche, ni por la ley seca. Lo duro es que tuvieron que decirle adiós a las fiestas patronales del fin de semana pasado, en el que estaba confirmada la presencia de Jorge Oñate. Algunos, tras exprimir hasta lo imposible sus carencias, se quedaron con el "estrén" comprado. Sabia, Berta los consuela: ya les quedará para lucirlo en las fiestas paganas de San Simón.
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