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UN SANTO, NO TAN SANTO

  • UN SANTO, NO TAN SANTO
28 de abril de 2014
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El Papa Juan Pablo Segundo es desde el domingo un santo. Y qué santo. El primer milagro reconocido por el Vaticano se realizó en 2005 cuando el Papa Viajero curó de párkinson a la monja francesa Marie Simon Pierre con sus oraciones.

El segundo milagro que lo llevó a los altares tuvo lugar en 2011 en Costa Rica, cuando Floribeth Mora se curó de un grave aneurisma gracias a las plegarias que la mujer dirigió a Juan Pablo II.

Lo he dicho antes y lo repito ahora, las enfermedades no se curan rezando. Ninguna. Y menos el párkinson o un aneurisma. El único tratamiento para los males de la salud está en los avances de la ciencia. No en las oraciones.

Tratar de decir lo contrario, convencer a alguien que se puede mejorar solo con la fe, o promover que sus feligreses manejen este tipo de enfermedades únicamente desde las súplicas, es expandir la ignorancia. Así de claro y así de sencillo.

Ahora bien, la Iglesia necesita "adjudicar" milagros para canonizar a sus santos, y con estos casos se justificó la subida al altar de una de las figuras más polémicas en la historia del catolicismo: Karol Józef Wojtyla.

Sin importar si la salvación de Floribeth Mora o de Marie Simon Pierre se deben a los rezos o a la medicina, cosa que no se puede demostrar, lo que sí se puede probar es la cantidad de niños que fueron abusados durante el papado de Wojtyla por sacerdotes de la Iglesia, como el caso del mexicano Marcial Maciel.

Pese a los numerosos casos de violaciones sexuales probados de Maciel, Juan Pablo II se limitó simplemente a suspender al sacerdote del ejercicio clerical.

Hay que decirlo claramente: un hombre que mira hacia otro lado y no hace nada frente a casos de niños abusados por personas que estaban bajo su control, nunca puede describirse como un santo. Todo lo contrario, su papado terminó siendo cómplice por la inacción de todos esos hechos.

Aterrador.

La Iglesia y sus miembros, como todas las otras religiones, pretenden ser jueces de la condición humana. Y basados en eso quieren orientar las vidas ajenas, reglamentando, entre otras, la condición sexual, señalando qué está bien y qué está mal.

Una institución que se atribuye esa responsabilidad debe exigir a sus representantes lo mismo, y más, de lo que reclama a sus feligreses. Pero no es así, ya que escudándose en su derecho canónico, no juzgan a sus representantes que cometen actividades delictivas y, por demás, pecaminosa en su interior, como la pederastia.

No es coherente ser duro en contra de las relaciones sexuales prematrimoniales, castigar el divorcio, reprobar la homosexualidad, y a la misma vez ser tolerantes cuando sus curas abusan de niños menores. No.

Las religiones, ninguna, puede ser tajante ante el "pecado" que reclama comprensión, y ambigua frente al delito que necesita castigo.

Al canonizar a Juan Pablo II, el Papa Francisco está siendo ambiguo frente a los delitos que se cometieron por sacerdotes y representantes de la Iglesia durante el Pontificado de Wojtyla y, peor aún, frente al hecho que él, el Papa Viajero, ayudó a esconder esos delitos. Eso es inaceptable desde cualquier punto de vista. Y ni un milagro podría cambiar eso.

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