Lo primero que llama la atención es el olor: una combinación de sudor, ropa mojada, grasa de comida y heces. Luego, el descuidado aspecto de un edificio no tan viejo, pero mal tenido, diseñado para que los hombres no le cojan cariño, pero no puedan escapar de él.
Es Bellavista, la institución penitenciaria con mayor cantidad de reclusos del Valle de Aburrá. En efecto, de acuerdo a la Personería de Medellín, en 2013 Bellavista tenía una población de 6.896 reclusos, con un hacinamiento del 184 %. De los cuales, el 34,7 % dormía en los pasillos, y 7,1 % en los baños en 2013.
Lo segundo que llama la atención es el hacinamiento, el exceso de personas en un espacio confinado; la pérdida de la individualidad, de cualquier rezago de intimidad. El castigo trasciende la pérdida de la libertad, y se realiza en las condiciones del cautiverio. Hombres obligados a compartir sus miserias, demasiado juntos, demasiado conscientes de las consecuencias de sus errores, de la descuidada y selectiva severidad de la sociedad.
Esa es la razón de la dificultad de la resocialización, que es casi imposible cuando la distracción es un lujo, y todos se arrejuntan a la hora de dormir; el tedio terrible acompaña los días que pasan, aunque demasiado lentos, y solo el terror de la violencia puede romper con la monotonía.
En la visita, converso con algunos reclusos jóvenes con semblantes de gravedad y amargura. Les pregunto sobre su necesidades dentro de la cárcel: "ocúpenme la cabeza", dice uno de los pelaos, con esa mezcla de frustración y urgencia que trae el desespero y que se marca en el rostro y en la mirada. El problema es que hay pocas opciones, la oferta institucional dentro de la cárcel es mínima, las alternativas para que los reclusos se distraigan, estudien o trabajen, casi nulas.
Esto, por un lado, se constituye en otra condición para dificultar su resocialización, su retorno a la sociedad y la libertad. Pero por el otro, da cuenta de una oportunidad perdida por parte de las administraciones locales del Valle de Aburrá (particularmente la Alcaldía de Medellín). En vez de concentrar sus intervenciones de prevención de la delincuencia, de atención de población vulnerable y de preparación de un grupo particularmente joven y dispuesto a involucrarse en la población de reclusos de Bellavista, que la termina convirtiendo en centro de capacitación del crimen.
¿Cuántos problemas no podrían prevenirse si toda la fuerza de la institucionalidad se recostara sobre estas personas? ¿Si se los arrebatáramos a la tentación de los vicios de la delincuencia?
Lo último que llama la atención, cuando uno abandona la institución penitenciaria, es que el hedor de la cárcel se pega a la ropa, se queda en el pelo, y lo acompaña a uno por algunos días: un recordatorio tenebroso del lugar del que procede.
Y yo solo he estado un par de horas. No imagino cuánto tiempo acompañará el hedor a aquellos que pasan años entre sus paredes, y si los que los reciben en el exterior lo notan.
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