Nada tendría de raro que la presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Ruth Marina Díaz, se diera un paseo en crucero por el Caribe en sus vacaciones. Hasta ahí todo normal. Sin embargo, todo se pone color de hormiga cuando el país entero se da cuenta de que ella se pegó la rodadita al Caribe no en época de vacaciones, sino en momentos de permiso laboral remunerado, aprovechando unas gabelas que tienen los servidores de la Rama Judicial.
Explico: resulta y acontece que ella, junto con un grupo de magistrados, aprovechó los cinco días de permiso remunerado que tiene al mes (siempre y cuando sean justificados), para darse un paseo.
Obvio, la presidenta de la Corte defendió su viaje: que necesitaba un descanso, y que, incluso, tuvo tiempo para revisar procesos en medio del sol caribeño. Sin embargo, el permiso no sabemos ante quién fue justificado. Además, aseguró que no comprometió dineros del erario público, porque fue pagado por su hijo como regalo de Día de la Madre, algo que resulta obvio, porque si hubiera dineros públicos implicados, estaríamos ante la tapa del cogollo. Sin embargo, hago de abogado del diablo y retomo la pregunta de un columnista de opinión sobre este tema: "¿Cuál es la razón para que en pleno mayo y por siete días, unos magistrados estén en patota en alta mar y bajándose en hermosos puertos?".
En medio de la barra libre, los cocteles margarita y la música de pool-party, se volaron con la brisa caribeña los conflictos de interés e impedimentos que podía tener la magistrada Ruth Marina frente a muchas situaciones de su trabajo. Claro, si estamos en un ambiente relajado, entre amigos de viaje, qué importa que yo sea la persona que define una tutela que te puede cambiar el caminado y ni nos imaginemos los nombramientos a futuro en los cuales están como candidatos algunos de los viajeros caribeños. ¿Tráfico de influencias? Ahí se la dejo y averígualo, Méndez. Sencillo: un asunto de ética y moral, que deja muy mal parada a una mujer que debe ser ejemplo integral frente al tema.
Más allá del viaje, lo que hay de fondo es la capacidad de sacar ventaja que parece algo inherente en los colombianos. No voy a cuestionar lo erudita que pueda ser Ruth Marina. Su inteligencia y pergaminos no son asunto de esta columna. Lo que está en cuestión es la capacidad de sacar ventaja. Una realidad nacional que cotidianamente se ve en el comportamiento de los que aseguran que donde caben tres caben cuatro, que meterse en contravía un pedacito no tiene nada de malo, que no es necesario hacer fila porque el que atiende es un amigo y que basta con bajarse del carro cojeando para disimular que se parqueó en la celda para discapacitados.
Entonces, para cerrar esta columna, que quede un consejo para la vida. El día que tenga que enfrentar alguna situación de esas ventajosas, no dude en recordar el crucero caribeño de los magistrados y todo lo que ha pasado a su alrededor. Dese a la tarea de refrescar la memoria para tener claro lo grotescas que son estas situaciones, que simplemente reflejan la capacidad de sacar ventaja y lo mal parados que quedamos, por ser así.
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