Acabo de leer la última página de Impresiones de viaje (escritas por una abuela para sus nietos)*, de Isabel Carrasquilla , la hermana del gran Tomás; un libro con dos ingredientes que me cautivan: el viaje y la narración intimista de una mujer irreverente.
Doña Isabel no tiene "pelos en la pluma": no le preocupa confesar que un hombre (popular en su tiempo) le parece terriblemente aburridor, que Nueva York es monótona, o que en una embarcación se "divertía viendo a las viejas, tan pintadas y engandujadas, creyéndose unas sílfides lozanas y en perpetua juventud, mostrando por sus escotes aquellas carnes magras y ajamonadas".
Su prosa tiene la (im)prudencia que hace verdaderos sabios.
Con razón la prologuista, Paloma Pérez , resalta el "talante desmitificador" de la escritora, al referirse a su habilidad para huir del lugar común, mirar con sus propios ojos y desvirtuar los estereotipos.
Y es que doña Isabel perteneció a la más excelsa clasificación humana, que los pitagóricos designaban con la sentencia: "vienen (al mundo) a ver".
Cuando leo este relato, o uno de María Cristina Restrepo ; cada vez que escucho a la maestra Teresita Gómez al piano o recuerdo la foto de la doctora Luzmila Acosta de Ochoa (primera mujer graduada del Departamento de Psiquiatría del Alma Máter), o veo a María Luisa Calle pedaleando cuesta arriba, me pregunto por el prototipo de mujer antioqueña. La mujer "ideal" a la cual miramos con admiración.
Parecemos incapaces de establecer prototipos fuertes para contraponerles a los estereotipos construidos por los medios de comunicación: el modelo a seguir (prototipo) frente a la imagen o idea socialmente aceptada (estereotipo).
En el contexto nacional, nuestra susceptibilidad ante el estereotipo es evidente cuando una revista como Semana pregunta: "¿Los paisas están berracos?", una generalización irresponsable (en un asunto tan delicado como la restitución de tierras, en el cual "los paisas" no constituimos una sola voz) que va en la misma línea del "sicario con acento paisa"? como si cada pues se nos zafara a ritmo de metralleta.
Vaya plasticidad la del término "paisa". Cuando se quiere, se usa con criterio territorial, pero, bajo ese rótulo cabe también el "berraco" y prepotente, seguidor del sagrado mandamiento de "Mijo: consiga plata honestamente; y si no puede, ¡consiga plata!".
Y si de mujeres se trata, poco importa el talento innato o forjado a pulso.
Acude a la mente la figura de la que se opera los senos, hace de su cuerpo un producto, o, peor, quien acepta que la casquen porque "se la ganó" (declaraciones de la senadora Liliana Rendón ).
Paradójicamente, como una cruel caricatura, el estereotipo de "mujer paisa" ahora en boga se asemeja al prototipo mayor, al canon: la Venus de Milo. Una mujer hermosa, de mirada esquiva y senos ostentosos, moldeada por la mano del hombre? de piedra, sin brazos, una pieza de museo: perfecta para la exhibición.
* Impresiones de viaje (escritas por una abuela para sus nietos), de Isabel Carrasquilla. Editorial Eafit, 2011.
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