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VIOLENTA VENEZUELA

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13 de enero de 2014
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Con toda seguridad, la exreina de belleza venezolana Mónica Spear no esperaba encontrar la muerte en su país. Junto a su esposo, fue asesinada en una carretera rumbo a Caracas. Su hija de cinco años resultó herida y solo recuerda ver a su mamá y a su papá, después de la balacera, "dormidos" en el carro.

La noticia tuvo bastante eco internacional. Conmocionó al país y no porque Mónica Spear fuera una diva de telenovelas muy querida por la gente. Fue "un hecho detonante", como dijo el editorial de un periódico, que evidenció lo jodida que está la situación en Venezuela. Desde que inició el experimento castrochavista se habla de una violencia desbordada en el territorio venezolano. Sin embargo, el aparato propagandístico ha tapado la situación al cerrar a los medios el acceso a la información, manipular las cifras y pregonar una falsa prosperidad de un pueblo. Pintar la fachada siempre será más fácil que organizar la casa.

Venezuela se ahoga en una violencia doméstica sin cuartel. 25.000 homicidios por año revelan la poca eficacia que han tenido para controlar la inseguridad campante los gobiernos del fallecido Hugo Chávez y de su émulo Nicolás Maduro. Caracas tiene fines de semana en los cuales se reportan fácilmente 60 asesinatos por causas como robos comunes, cifra que se acerca a los peores momentos que vivió Medellín en la época de Pablo Escobar, en la cual había una guerra tácita entre el narcotráfico y el Estado.

El Observatorio Venezolano de Violencia calcula que se presentan 79 asesinatos por cada 100.000 habitantes, mientras que el Gobierno de Maduro habla de 39. La una o la otra cifra es una barbaridad. Y si a esto se le suma la impunidad atroz (el 92 % de los homicidios queda en la impunidad), el panorama es más que desolador. Se lo resumo así: Venezuela es uno de los cinco países más violentos del mundo. Lapidario.

Mientras tanto, el gobierno de Maduro se dedica a la cubanización: controlando los precios, interviniendo el comercio, atizando la confrontación con la oposición, haciendo pública información privada de ellos, como los destinos donde pasaron festividades navideñas para tildarlos de burgueses y faltos de compromiso con el pueblo. Estrategias que no dejan de ser más que un asunto populista, porque lo que sí es conocido es el tráfico exagerado de armas, los bajos salarios de los policías y el fallo de la política carcelaria, entre otros.

A la par, en las calles los ladrones hacen su agosto, muchos de ellos con patente de corso concedida en su momento por el Estado al armar al pueblo para la revolución. Esas ganas de armar a los civiles y crear las nefastas brigadas bolivarianas derivó en el tráfico ilegal de armas y en el envalentonamiento de personas que con un arma se creen los chachos revolucionarios del barrio. Claro, es que ese discurso cargado de odio y resentimiento característico de la propaganda chavista ha sido un gatillo mental para los delincuentes. La verborrea belicosa les ha dado permiso a los pillos para que todo robo esté acompañado del uso de la violencia. En Venezuela, como lo dice el analista Andrés Oppenheimer, los partidarios de la revolución son combatientes y los opositores son escorias y parásitos. Suficientes bases para atizar la violencia diaria.

¿Solución? Difícil y lejana. Por más que Maduro llame hasta la oposición y se dé la mano con Enrique Capriles, su mayor contradictor, para aunar esfuerzos y salir del flagelo que su papá Hugo cultivó, la salida no se ve cerca. Razones sobran para que no se avizore la luz al final del túnel: hay desempleo, hay mala educación y desesperanza por culpa de un gobierno que trata a toda costa de imponer su idea trasnochada y rancia de socialismo. Es que no se le puede pedir mucho a un mandatario que no es capaz de gestionar las necesidades básicas de la gente como, por ejemplo, un ínfimo rollo de papel higiénico.

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