Cuando uno participa del Gobierno nacional entiende que quienes lo manejan realmente son Hacienda y Planeación Nacional.
Y es lógico. Así se mantiene una cierta coherencia en la estructura del Estado y unos límites presupuestales y del gasto.
En Planeación, tienen asiento "los expertos". Ellos se conocen teóricamente el país palmo a palmo. Se han devorado todos los estudios y teorías y son las estadísticas sus guías.
Recuerdo la risa que nos causó la frase del joven, y por cierto brillante subdirector de Planeación de la época, cuando nos dijo en un Consejo de Ministros "que no habían podido encontrar los pobres de Bogotá".
Todos nos miramos muertos de risa y sobre todo cuando el presidente Pastrana le dijo: "pues simplemente salgan a las calles".
Por supuesto fue un lapsus del subdirector. Mas lo cierto es que cuando sólo se actúa por estadísticas y se recorren sus "picos y valles", lo que se está haciendo es surfing sobre la realidad.
Pero hay que "bucear" detrás de cada estadística sobre la pobreza, el hambre, la salud, la educación, etcétera.
Hay seres humanos de carne y hueso. Viven, sufren, buscan empleo, venden limones en los semáforos, o se acuestan ellos y sus hijos todos los días con hambre.
La realidad no es de escritorio, ni teórica. Allá se vive en los dramas familiares e individuales.
Por eso, anunciar que de un año para otro se bajó "el índice de pobreza", que se disminuyeron los pobres, porque se cambió la metodología de la medición, es "subirse a una tabla imaginaria".
Salir a los medios y al mundo a mostrar ese resultado comparando cifras con dos metodologías diferentes, es un autoengaño.
No sé si se equivocó el vicepresidente Angelino Garzón en la manera, pero tuvo y tiene toda la razón. ¡Cómo no va a ser pobre el que vive con ciento noventa mil pesos al mes!
Yo reto a los expertos de Planeación para que durante seis meses renuncien a su sueldo y reciban los ciento noventa mil por persona de su familia, su esposa e hijos.
Así nos demostrarían prácticamente cómo se puede vivir dignamente con ese dinero. Entonces todos les creeríamos y habríamos subido de estatus todos los colombianos.
Pensando en esta polémica y quizá obsesionado con los datos, tuve un sueño.
Soñé que después de unos estudios muy juiciosos y de comparaciones entre razas y tomando en cuenta las estadísticas de los últimos 100 años, Planeación llegaba a la conclusión que un metro debía tener ochenta centímetros y no cien. Y así lo decretaron.
Yo hice el cálculo de mi estatura con la medición anterior: un metro con sesenta y cinco centímetros.
Pero con la nueva me convertía en un hombre de dos metros y diez.
Desperté gritando de alegría: ¡viva Planeación... soy alto!
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