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¿Y de la innovación social, qué?

20 de mayo de 2011
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La innovación es considerada por el Gobierno Nacional como una de las cinco locomotoras que abrirá la senda de la prosperidad, lo cual no es nada nuevo para algunos municipios y departamentos que durante los últimos años se han ocupado de estructurar sus sistemas regionales de innovación (SSRRI), basados principalmente en la articulación entre las universidades, las empresas y el Estado.

En ese sentido, Antioquia se ha convertido en un referente nacional por ser pionero en la creación de una compleja red de instituciones de fomento de la innovación, a saber: el Comité UEE, el CTA, Ruta N, entre otras.

Ahora bien, la innovación puede gestionarse desde dos enfoques: el tecnológico y el estratégico. El primero considera que está determinada principalmente por desarrollos de tecnología dura y las actividades de I+D; mientras que el segundo, la concibe como un hecho cultural, que resulta de la interacción entre miembros de la organización bajo orientación de la estrategia.

En el país, el primer enfoque de notoria orientación objetivista es el paradigma dominante que ha permeado el espíritu de la política pública en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) y de los SSRRI, lo cual se evidencia, entre otras cosas, en las prioridades de la agenda científica que otorga mayor protagonismo y financiación a las ciencias y tecnologías duras; y en la forma de concebir la articulación entre el sector productivo y la academia, la cual gira de forma casi exclusiva en torno a la ingeniería.

Ello ha acelerado los procesos de marginación de las ciencias sociales y humanas (CCSSHH) y ha dejado en el limbo la posibilidad de avanzar tanto en la comprensión de la innovación como fenómeno cultural, que emerge en la interacción de las personas condicionada por variables de la realidad social, relacionadas con lo simbólico, lo intersubjetivo y el lenguaje.

Como en el entendimiento de la dimensión antropológica del mercado, el cual se compone de seres humanos cuya experiencia y uso de los nuevos productos, está determinada por un sistema de valores y creencias, que al desconocerse genera el rechazo inmediato por parte del consumidor de aquellas propuestas de valor basadas únicamente en desarrollos de tecnología dura. Ello quizás podría explicar la preocupante tasa de mortalidad de las ideas de negocio de corte ingenieril, en los concursos de emprendimiento de la ciudad.

De otra parte, el concepto de innovación bajo el cual opera el SRI, no puede estar estrictamente circunscrito al contexto empresarial, y ligado exclusivamente a valores como la competitividad y la productividad.

Para no incurrir en reduccionismos, esa mirada debe complementarse, partiendo del reconocimiento de las problemáticas sociales del contexto, relativas al bienestar y la calidad de vida, que están a la espera de soluciones e intervenciones basadas en conocimiento científico-tecnológico.

Por ello, es hora de que la política pública en CT+I sea más sistémica y promueva la generación de innovaciones sociales, es decir, ciencia y tecnología transformando las prácticas sociales; lo cual puede lograrse articulando los grupos de investigación en CCSSH con las líneas sociales de los planes de desarrollo.

Ello dinamizaría la generación de rentabilidad social y abriría una puerta para la explotación de resultados de investigación.

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