Sigue siendo cómodo, y hasta "rentable", para algunos periodistas de medios de comunicación bogotanos utilizar a Medellín como instrumento para publicitar, no con pocas dosis de tergiversación, una situación de violencia que ni es exclusiva de la capital antioqueña ni tiene la dimensión en que la quieren hacer aparecer ciertas plumas de escritorio.
"Medellín, sitiada", "Al mejor estilo de Pablo Escobar" y ¿Renace 'Metrallo'?, son tres de los recientes titulares con que algunas tribunas de opinión de la capital han querido "vender" la nueva imagen de nuestra ciudad, quién sabe con qué intereses. Ha sido fácil para algunos, cada cierto tiempo y en gavilla, revivir el fantasma de Pablo Escobar, pues éste les sirve para mantener sus elucubraciones de papel y hacer ver como cierto lo que no lo es.
¿Qué tiene que ver Medellín y, por ende, por qué se daña irreparablemente su imagen, con los dolorosos hechos de violencia ocurridos en Envigado, Cisneros y Uramita, estos dos últimos municipios a cientos de kilómetros de la capital antioqueña?
Claro que todos estamos pagando por igual los rigores del narcotráfico, incluyendo a Bogotá, Cali, Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga y tantas otras capitales, pero convertir a Medellín en lugar común de muerte y desolación es, a todas luces, irresponsable, peligroso e injusto, como lo sería si desde esta ciudad se hiciera lo mismo con las demás.
Todas las generalizaciones son dañinas y no desconocemos la difícil situación de criminalidad que afronta Medellín. Hemos mantenido firme nuestra misión de mostrar todas las caras de la moneda y, por eso, ahora reclamamos objetividad y sindéresis con la ciudad.
No vivimos en el paraíso, pero tampoco nos pueden condenar desde afuera, sin razones, a vivir en el infierno en que los narcos, las guerrillas y los delincuentes, han querido convertir a todo el país. Bajo ese supuesto caos actúan los criminales, se atemorizan las personas decentes y de buena voluntad, que son la inmensa mayoría de medellinenses, antioqueños y colombianos.
Es hora de hacer un frente común, no para tapar nuestros problemas, sino para defender los ingentes esfuerzos que esa inmensa mayoría ha hecho, hace y seguirá haciendo por poner a Medellín en el sitio que se merece: una ciudad moderna, pujante, trabajadora y, sobre todo, sensible y humana.
Tal como lo hemos hecho con otras intentonas de desprestigio mediático desde Bogotá, en especial con la televisión como vehículo publicitario, ahora demandamos de nuestros gobernantes, autoridades, empresarios, académicos y gente de bien, trabajar más duro por esta ciudad para evitar que nos destruyan todo lo que se ha logrado con tanta dedicación.
No es el momento del haraquiri con Medellín. A quienes pretenden sumar peras con manzanas para vender la idea de que estamos sitiados por el crimen organizado, les auguramos una desilusión. Medellín ha sabido levantarse, una y otra vez, de sus dificultades y librado de sus malquerientes. No será esta ocasión una excepción.
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