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YA SE ACABÓ EL AÑO ENTRANTE

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18 de octubre de 2014
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¿Por qué, por qué, por qué? Que alguien me explique, por favor y sin afán, por qué tenemos que vivir corriendo, como si a toda hora nos persiguiera el tiempo vestido de verdugo, con un hacha en una mano y nuestra foto en la otra.

Me lo pregunté justamente mientras hacía algo que me gusta hacer despacio: el mercado. Disfruto tocar, oler, comparar precios y buscar ofertas. Dar dos pasos, retroceder uno. Devolver a su puesto lo que decidí cambiar a última hora, pensar en qué momento voy a usar todo aquello, imaginarme el olor de la torta mientras se hornea y el de la carne mientras se asa. Y aunque no creo en todo lo que dicen las etiquetas, me permito soñar, ilusa que soy, que la ropa volverá a tener ese aspecto de nueva que promete el detergente aquel, carísimo por cierto.

Y me lo pregunté justamente cuando nuestro carro del supermercado, atiborrado de víveres y conducido por dos distraídos, chocó de lado contra una torre de tarros de galletas navideñas. El estruendo fue poco comparado con la incredulidad. "No las compro ni a palos", le dije a mi esposo. "Cómo es posible que todavía ofrezcan eso". "No es todavía", me dijo. "Es ya. Estas son las de este año". De "no, no, no… no te lo puedo creer". Creí recordar que apenas estábamos en septiembre, pero lo confirmé, por si la desorientación temporal estuviera en su punto más alto. Efectivamente, estábamos en septiembre. Y ante mis ojos, de la nada, aparecieron torres de confites, disfraces para Halloween, góndolas llenas de velas para el 7 de diciembre, estanterías atestadas de cajas de natilla, guirnaldas, bolas, árboles, figuras de esas en las que cae una nevada que no cesa en pleno trópico mientras suena una musiquita rutinaria sin fin… Sentí que se había acabado el año entrante ¡y no me avisaron!

Recordé la filosofía Slow, el arte de hacer las cosas despacio. El escritor Carl Honoré, en su libro Elogio de la lentitud, sostiene que "la hiperactividad actual nos lleva a dedicar nuestras energías a otras metas que nos hacen olvidar las cosas importantes de la vida. Sufrimos la enfermedad del tiempo creyendo que todo se debe hacer rápido".

De esa teoría nació una tendencia de la que apenas hemos tenido alguna mención en prensa, pero no la conocemos a profundidad porque en estos afanes solo leemos titulares, si acaso.

Se trata de buscar el equilibrio entre las obligaciones laborales y las tareas diarias, de modo que disfrutemos de otras actividades que nos gusten, como saborear un café, sentarnos a ver caer la lluvia, mirar cómo los pájaros picotean un plátano en el antejardín o devolver esas dos páginas del libro para releer la frase que se ancló en la memoria. En tres palabras: Vivir en calma.

No se trata de botar la agenda (¡ojalá!), pero el calendario existe con sus meses, días, noches, horas, minutos y segundos, y no es obligación tragárnoslos enteros, por más que el consumismo desenfrenado nos quiera vender natilla en septiembre y nos deje sin expectativas para un mes que pasa en un suspiro.

Me resisto a una Navidad apresurada, más prematura que sietemesina, con la misma determinación con la que me he propuesto comer despacio, conversar sin afanes, salir a tiempo para no llegar tarde y hacer pausas frecuentes para que mi mente divague, lenta y feliz, cazando pispirispis.

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