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Yo no le creo a Ollanta Humala

  • David E. Santos Gómez | David E. Santos Gómez
    David E. Santos Gómez | David E. Santos Gómez
06 de junio de 2011
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Ollanta Humala va a ser el nuevo presidente de Perú, pero quiero decir desde ya que yo no confío en él. Los votos tomaron esta decisión en un ejercicio democrático que hasta ahora parece sin tacha, pero mi problema no es con la jornada electoral sino con el discurso político del hombre ganador.

Mi problema no es con el proceso sino con el resultado y no es con la apariencia de las entrevistas en las que el nacionalista asegura unidad nacional sino con su estructura política formada en lo más arcaico de la izquierda latinoamericana.

Su rival, Keiko Fujimori, era un desastre peor para la evolución de este país andino pero felicitarse por escoger el menos malo en una carrera presidencial es un contentillo que arriesga el futuro de una nación. Decidir por darle el poder al mejor entre los malos ha dado a nuestro continente muchos dolores de cabeza. En Colombia, con alcaldes y presidentes, hemos sido expertos en este tipo de determinaciones un par de veces. Los resultados nos llevaron al llanto.

Humala ya levantó sus manos de victoria y prometió escuchar a los vencidos para armar un programa conjunto, pero a mí me cuesta creerle. Su pasado es oscuro, primero como militar y luego como político golpista. Sus discursos a grito de garganta en varias plazas públicas mostraron apoyo decidido a la lucha subversiva y su cercanía con Hugo Chávez fue su principal credencial electoral hasta hace un par de meses cuando el reconocimiento de su amistad con el venezolano le empezó a restar puntos en las urnas.

Ante el nerviosismo del mercado por su elección, Humala se blindó como candidato firmando acuerdos para garantizar las libertades que antes había puesto en duda. Incluso dio tranquilidad a los inversionistas prometiendo un mandato de centro que mantendrá la economía de mercado. Las bolsas y el capital extranjero, sin embargo, siguen expectantes por su llegada.

Esa misma angustia que generaba su discurso chavista fue matizada en la recta final por asesores brasileños que, cercanos a Lula da Silva, viajaron hasta Lima para aconsejar a Humala y dibujarlo más como un conciliador de izquierda que un radical. Ahora más que nunca el apellido del Socialismo de Siglo XXI es un lastre que hunde cualquier barco.

Muchos se han convencido de su cambio de bando en buena medida porque su discurso radical le costó su primera carrera hacia la presidencia en el 2006. Uno de ellos fue Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, que lo críticó duramente al empezar la contienda electoral pero que al final terminó apoyándolo más por ir contra Keiko Fujimori que por creer en sus políticas.

Para mí, de todas formas, sigue siendo un hombre de discursos contradictorios y amenazantes. Entiendo la decisión que han tenido que tomar los peruanos pero la alarma se mantiene intacta y sería ridículo celebrar porque ganó "el cáncer y no el sida", para utilizar la frase que hizo famosa el mismo Vargas Llosa.

El triunfo de Humala es, al fin de cuentas, el resultado que toma una nación que ha cocinado su rabia por años tras ver cómo crece de manera ejemplarizante en economía, pero este éxito no se traduce en beneficios para los de a pie. Es, también, un reflejo de Latinoamérica que ahora se precia de ser estable democráticamente pero donde aún la institucionalidad es una masa maleable cuya forma la da el que se encumbra en el poder.

Confiemos en que ahora la promesa de transformación de Humala sea cierta. Que no se apropie de las balanzas que permiten equilibrar el poder y que respete la propiedad privada. Que les dé vía libre a las críticas desde la prensa y que evite las nacionalizaciones. Confiemos en que les calle la boca a sus críticos y que me la calle a mí. Yo, por mi parte, desde hace muchos años dejé de creer en las metamorfosis políticas que terminan bien.

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