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Todas las mañanas, desde muy temprano, Juan Manuel Acevedo cumple una cita con dos actividades que no le pueden faltar en su rutina: tomarse un café y monitorear cómo está la calidad del aire.
Desde el balcón de su apartamento, en los límites entre Envigado y Medellín, este Ciudadano Científico no solo cumple a cabalidad su rol como integrante de este grupo de personas, sino que va más allá: aparte de observar el estado del aire, también se fija en cómo están el clima, el nivel de las lluvias y hasta la temperatura.
Jubilado y con casi 70 años de edad, este ingeniero civil se siente orgulloso de hacer parte de esta especie de “ejército” conformado por el Área Metropolitana del Valle de Aburrá -AMVA-, a quienes en sus casas y apartamentos les instalaron sensores de la calidad del aire que sirven de apoyo al Siata en su función de monitorear este elemento vital de la naturaleza, que en estado puro es vida y salud, pero que contaminado trae enfermedades, polución y, en muchos casos, la muerte.
“Estoy en este programa desde 2017, lo único que me exigieron para instalarme la nube (aparato medidor del aire) es tener conexión a internet y cuidar el sensor”, dice Juan Manuel, quien entiende la importancia de la medición del Índice de Calidad del Aire -ICA- como un elemento de valor para tomar decisiones enfocadas a mejorarlo y que no afecte la salud humana.
Dice que la preocupación por la calidad del aire no es asunto nuevo, pues desde el siglo pasado se empezaron a hacer los primeros intentos por evitar su impacto en la contaminación del ambiente y en la salud. Así narra la historia:
“El primer intento que podemos decir importante se hizo en Simesa (Siderúrgica Medellín S.A.), una empresa que quedaba donde hoy es Ciudad del Río. Como sus hornos echaban mucho humo, allá contrataron un ingeniero mecánico muy capacitado, un pastuso que se llamaba Francisco Restrepo Gallego, quien les instaló una trampa de sólidos. El humo, antes de salir, pasaba por ese sistema, los sólidos contaminantes quedaban atrapados y salía un aire más limpio”.
Años después, dice, aparece el Siata (Sistema de Alerta Temprana del Valle de Aburrá, cuyo origen puede decirse que data de 1994 pero que como tal nace en 2010 en la universidad Eafit) y empiezan las mediciones de carácter científico, que hacen un gran aporte a la ciudad y al Valle de Aburrá para impedir que este aire le haga más daño del debido a la ciudadanía.
Su formación como ingeniero civil no solo motivó a Juan Manuel a hacer parte de los Ciudadanos Científicos sino que lo llevó también a entender cómo es todo el proceso de medición e identificar, con base en los números de los registros, si la calidad del aire es mala o buena para la salud.
Esto, en muchos casos, no lo tienen que saber los Ciudadanos Científicos, que básicamente cooperan con permitir la instalación de los aparatos en sus casas e identificar si registran en color verde, naranja, amarillo o rojo.
“El aparato mide el Índice de Calidad del Aire o ICA, en niveles de buena, moderada, peligrosa o muy peligrosa. Según la cantidad de partículas que hay en el ambiente, es la calidad del aire y la partícula más peligrosa es la de 2.5 micras. Una micra es una milésima de milímetro, invisible y además sin olor, por eso para detectarlas se tienen que usar los sensores especializados”, explica Juan Manuel.
Y va más allá en la explicación:
“Esas partículas pasan por los pulmones, tapan los alveolos y pueden producir enfermedades como Epoc (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica), cáncer, y pasar por la sangre a la cabeza y al cerebro”, apunta Juan Manuel, que es uno de los Ciudadanos Científicos más reconocidos por el Área Metropolitana.
Él y los 400 que hay actualmente tienen una aplicación en el celular llamada Ciudadanos Científicos, por la cual navegan con entera facilidad y monitorean el aire de sus lugares de residencia, y en general los reportes de todo el sistema.
Juan Manuel, tras cuatro años de seguimiento continuo, ya tiene sus conclusiones que no fallan y coinciden prácticamente con las de los sensores profesionales del Siata: “en las zonas más alejadas de la ciudad siempre marca verde y en las zonas más cercanas a las vías marca amarillo o rojo”, indica.
Su apartamento, para su fortuna, está al lado de una quebrada con zona arbórea. A pocos metros hay guaduales y vuelo constante de aves y paso de iguanas y zarigüeyas, lo que para él no es solo un placer visual sino una certeza de que el aire que lo circunda no está destruyendo sus pulmones: “acá siempre es moderada, no es verde totalmente porque a dos cuadras está la avenida El Poblado y a una cuadra la vía a La Abadía y llegan las partículas”.
Solo una vez, recuerda, el ICA se le puso rojo. La situación lo hizo lanzar la alerta al AMVA, que al monitorear el sitio le contó lo que había pasado: “los técnicos encontraron un quemadero de llantas acá cerca y el humo fue el que dañó el aire”.
Natalia Roldán, ingeniera del Equipo de Calidad del Aire del Siata y encargada de la estrategia de los Ciudadanos Científicos, explica que, además de tener internet en sus casas y ser mayores de edad, también se busca que estas personas estén ubicadas en lugares alejados de las estaciones oficiales de monitoreo para tener así un mayor espectro de medición del aire.
“Ellos deben inscribirse cuando hay convocatorias, pero no necesitan un conocimiento previo del tema, puede ser cualquier ama de casa, un estudiante que incluso su profesión no tenga relación con la calidad del aire”, apunta.
Su función principal es estar atentos a que la nube -como coloquialmente se le llama al aparato medidor- funcione correctamente, pues de todos modos la información recogida va al sistema central de monitoreo de la red del aire del Siata.
Estos sensores son de bajo costo. Llegan al país importados en partes, pero son ensamblados en el Siata. Su duración puede variar entre los tres meses y los tres años. La entidad, por seguridad, evita hablar de costos de los mismos.
“En cuanto a los Ciudadanos, ellos no piden pago por su labor, son voluntarios y su ganancia es que aprenden de temperatura, humedad, calidad del aire en sus hogares. Prestan un servicio a la comunidad y tienen sentido de pertenencia con la ciudad”, afirma Roldán.
El Siata y el AMVA no solo les instalan los sensores sino que programan reuniones con ellos para evaluar su labor, capacitarlos sobre los efectos de un aire de mala calidad para la salud y sobre las acciones que ellos pueden ejercer, o motivar a otros para no contaminar la atmósfera.
Una parte importante de sensores se ubica en instituciones educativas, donde son manipulados por profesores y estudiantes para el aprendizaje no solo sobre calidad del aire sino sobre fenómenos como inundaciones, movimientos en masa y temas ambientales, que también son temas sobre los que estos medidores aportan información.
Para las entidades a cargo de esta estrategia, los Ciudadanos Científicos son importantes y clave en el proceso de control del ICA, porque permiten, sin ningún interés, medir el aire en puntos específicos. Algunos, como Juan Manuel, van más allá y formulan hasta propuestas para mejorar en temas ambientales.
El modelo de CC, dice Roldán, no se conoce en otras ciudades del país fuera de Medellín, por lo cual asegura que la ciudad es pionera a nivel nacional. Dice que hay colectivos o grupos ambientales que tienen sensores o medidores de bajo costo para sus proyectos, pero de no de tanta implicación y participación ciudadana.
En las próximas semanas la estrategia de los Ciudadanos Científicos tendrá un nuevo frente con la llegada de 100 ciudadanos que harán monitoreo en bicicleta. Los aparatos sensores serán instalados en sus ciclas y harán el registro del ICA de los recorridos.
Juan David Palacio, director del AMVA, señala que esta modalidad corresponde a la tercera versión de la estrategia, que inició con 150 personas en 2015, creció a 250 en 2017 y ahora son 400, 50 nuevos desde sus residencias y los 100 en bicicleta.
“Este es un proyecto 100 por ciento del Área Metropolitana con componentes de ciencia, tecnología e innovación en función de resolver muchas problemáticas del territorio metropolitano con participación activa de la ciudadanía y apropiación del conocimiento”, expresa Palacio.
Adicional al crecimiento en el número de CC, los sensores también harán medición del ruido, un elemento que también contamina y afecta la salud humana. Juan Manuel ya está preparado para hacer estas mediciones. Tiene claro cuándo un sonido sobrepasa los decibeles permitidos sin ser dañinos para el oído humano.
“Hace poco por el parque de Envigado se registraba un nivel de ruido de 64 decibeles, y el oído humano soporta hasta 55 decibeles, el que pase por allí se enferma”, asegura.
Y está en lo cierto. Según la Organización Mundial de la Salud, OMS, el nivel de ruido que el oído humano puede tolerar sin alterar su salud coincide con su cifra. Dependiendo del tiempo de exposición, ruidos mayores a 60 decibeles pueden provocar malestares físicos, según el organismo internacional.
El AMVA tiene otro Ciudadano Científico que es digamos otro piloso como Juan Manuel. Se trata de César Olmos Ceveriche, quien se hizo inscribir esa vez como estudiante universitario inquieto por entender el tema del ICA.
“Ha sido una experiencia maravillosa que me ha permitido interactuar con un colectivo que es cada vez más grande y que permite compartir experiencias y anécdotas, como la vez que hubo un incendio en una ladrillera de Itagüí y las nubes se pusieron moradas, un pico altísimo, el máximo nivel de alerta, y entre toda la red comentamos el impacto de ese fenómeno para el Valle de Aburrá”, dice Ceveriche.
Juan Manuel sostiene que su máxima motivación al ingresar al programa se ha cumplido: “el afán de conocer un elemento muy importante dentro de la ciencia aplicada al bienestar de los seres humanos y es la contaminación del aire. Cuando yo estudiaba en la Facultad del Minas, y hace mucho tiempo, más de 50 años, apenas se estaba hablando de la air pollution, es decir, la contaminación del aire, pero ya es un tema vital, de primer orden en el interés de cualquier gobierno”, sentencia este veterano inquieto por la ciencia y un eterno preocupado por los temas ambientales, quien hace su esfuerzo por aportar un grano de arena a un tema que no deja de desvelar al mundo actual y en especial a su territorio, el Valle de Aburrá, en cuyos diez municipios hay Ciudadanos Científicos, como él, pendientes de cada cambio en la atmósfera para reportarlo al Siata.