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55.000 verdades sobre la barbarie del régimen de Asad

Fotografías de un desertor del ejército sirio son testimonio de crímenes ignorados por el mundo. Garance Le Caisne, periodista francesa, relató su historia.

  • César ha llevado sus fotografías sobre los crímenes del régimen a museos e incluso ante el gobierno de EE. UU. FOTOS reuters
    César ha llevado sus fotografías sobre los crímenes del régimen a museos e incluso ante el gobierno de EE. UU. FOTOS reuters
  • 55.000 verdades sobre la barbarie del régimen de Asad
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55.000 verdades sobre la barbarie del régimen de Asad
04 de julio de 2016
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Son muchos los académicos, políticos, periodistas y ciudadanos en general que ven desde hace rato al conflicto sirio como la tercera guerra mundial. Razón no les falta. Casi la mayor parte de las potencias está presente en alguna medida en la contienda —además con un pulso geopolítico entre Rusia y EE. UU. por la suerte que debería correr el régimen de Bashar al Asad, entre otros intereses—; desde que ondeaban esvásticas por Europa, el mundo no había visto similar cantidad de desplazados en pocos años, con 50 millones de personas, siendo la guerra siria la causa principal del peor aumento de esta problemática en los registros de Acnur.

Pero la Segunda Guerra Mundial se quedó grabada en la historia por sus duras, crueles y viles formas de atentar contra la humanidad en sí, de banalizar la vida humana. En la memoria de los peores crímenes cometidos está la barbarie nazi contra los judíos, las fotografías de pilas de cuerpos desnudos sin casi carne, meros huesos recubiertos por piel amontonados como testimonio de la maldad, a la llegada de los rusos a Auschwitz o Majdanek, y de los británicos a Bergen-Belsen.

En ese aspecto, la guerra siria ya había dado muestras que fueron reiteradamente ignoradas por la comunidad internacional, como el asesinato de civiles con armas químicas por parte de tropas leales a su propio tirano, Asad, respirando gas Sarín en los suburbios de Damasco. No ocurrió mucho contra eso, más allá de los discursos.

Pero en 2015 la opinión pública mundial empezó a conocer más testimonios de un exterminio solapado, por una dictadura que igual espera seguir en el poder: 55.000 fotografías tomadas desde el mismo régimen, todas de muerte, sobre la suerte que corrieron quienes desde 2011 levantaron su voz por mayor democracia. Las imágenes de los muertos son muy similares a las de los campos de concentración, en especial porque hay huesos más que carne, hay hambre, hay desolación, hay barbarie.

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En septiembre de 2015, la justicia francesa abrió —a petición del ministro de Exteriores, Laurent Fabius— una investigación contra Bashar al Asad y su régimen por crímenes contra la humanidad. Precisamente, la evidencia para iniciar el caso fue un documento llamado Informe César, que recopila esas 55.000 fotografías sobre torturas, asesinatos y exterminio —con la inanición como arma— contra decenas de miles de opositores entre 2011 y 2013.

Su nombre lo debe a un fotógrafo militar que antes del estallido de la guerra civil estaba acostumbrado a registrar muertes en accidentes, incendios, tiroteos, suicidios. Todo cambió tras 2011 para César.

“Nuestro departamento era uno de tantos, con 12 fotógrafos. Un compañero me dijo que íbamos a fotografiar algunos cadáveres de civiles en la provincia de Daraa. Esto sucedió en las primeras semanas del conflicto, en marzo o abril de ese año. Llorando me dijo: ‘Los soldados han abusado de los cuerpos. Los han pisoteado con sus botas: ¡hijos de puta!’. No quiso volver”, relata.

Él siguió con su labor, en parte porque sus superiores le decían que eran terroristas muertos, aunque pronto supo que eran civiles, que podrían ser familiares suyos, asesinados solo por expresar oposición. Así, pronto se defraudó de ser parte del régimen y contactó con opositores —a través de su viejo amigo Sami, un ingeniero civil— que lo animaron a que guardara el macabro material en memorias USB y lo sacara del país. Que desertara y se exiliara.

Una periodista francesa independiente ganó renombre mundial al lograr entrevistar a este fotógrafo y publicar su historia en octubre de 2015, en el libro Operación César. Garance Le Caisne vio su vida cambiar tras saber del drama de cientos de miles de personas atacadas, torturadas, violadas o asesinadas por el capricho del poder. Le cuesta conversar en inglés, pero tiene una habilidad para transmitir nítida la imagen: “el libro relata cómo funciona la máquina de muerte de Asad.

Desde los arrestos a manifestantes, la tortura en prisiones del régimen, al hacinamiento extremo en el que no hay ni oxígeno, la larga muerte por hambre, o los asesinatos en hospitales militares”.

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La barbarie le puso fácil la decisión a César. “Tuvo que ser el último eslabón, la justicia militar le ordenaba fotografiar a los muertos, y así documentó la estructura sistematizada de muerte del régimen, lo aceitada que estaba esa maquinaria del horror”, señala Garance.

“Como cualquier persona con sentido común, se hastió de esta situación, quiso desertar, pero Sami y sus amigos de la oposición le pidieron seguir recopilando evidencia de los crímenes del régimen. Así se mantuvo guardando las fotos en memorias USB que ocultaba en sus botas. Tras dos años (2013), se fue de Siria rumbo a Francia, para contarles su historia a funcionarios franceses, aprovechando además que en diciembre había en París una reunión de países que apoyan a la oposición”, agrega.

En abril de 2014 sus denuncias y material llegaron al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ya como el Informe César, aunque como era de esperar, el veto de países como Rusia silenció la realidad que mostraba. Otra vez no pasó nada frente a Asad.

El gobierno francés tomó la causa como propia y de allí que un año después (2015) su historia empezó a ser conocida en toda Europa.

Para ese entonces Garance ya había visitado Siria seis veces, fiel a su pasión por el periodismo de guerra. Ya conocía a líderes de la oposición, los mismos que cuidaron la memoria USB de César y elevaron la denuncia.

“Confiaron en mí porque entre mi mal árabe les hice entender qué tipo de artículos hacía sobre Siria: no escribía sobre el frente de guerra o los bandos, sino sobre el sufrimiento de los civiles, los bombardeos a hospitales y los ataques a médicos. Quería que esta historia de dolor fuera recordada”, afirma.

Los convenció además porque les dijo que, tal como las fotografías, el libro que ella quería nacía y se fundamentaba en César pero claramente lo trascendía ante la magnitud de la tragedia. “Tenía que conocerlo, pero no me iba a basar sólo en su testimonio. Quería mostrar un panorama sobre el exterminio sistemático perpetrado por el régimen”.

Le tocó esperar varios meses pero logró entrevistarlo y con ello elaborar la columna vertebral del libro. Y de César transitó por más testimonios en busca de ese panorama de la barbarie. “Conocí a Sami, del que soy más amiga. Entendió muy bien la forma en que yo quería contar la tragedia siria y me ayudó mucho. Ambos llevaban dos años exiliados en Europa cuando lo publiqué”.

A pesar de que juegan un rol central, Garance no quiso incluir en su libro las imágenes de la barbarie tomadas por César. “Remiten inevitablemente a los campos de exterminio nazis”, dice Ediciones B, firma que lo publicó en España a mediados de junio y que prevé lanzarlo pronto en Latinoamérica.

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El mes pasado y con motivo de la traducción al español de su libro, el periódico El Mundo de Madrid le encargó escribir sobre esta historia y, como de costumbre, la corresponsal de guerra francesa no abandonó su vocación de denunciar.

“‘No encuentro palabras para expresar lo que siento. La comunidad internacional nos ha abandonado”. César es un hombre herido. Casi tres años después de haber filtrado las fotos de miles de prisioneros a los que mataron de hambre o por medio de torturas en los centros de internamiento del régimen, este exfotógrafo militar ya no cree en el sistema internacional y se siente “impotente y desesperado”, escribió en el primer párrafo.

Cuando le habla a EL COLOMBIANO, explica el porqué de la indignación: “Hubo pronunciamientos de rechazo de distintos gobiernos frente a los crímenes del régimen de Asad, antes de ser publicadas las 55.000 fotos, pero el gran problema aquí es que aún no se puede separar la justicia internacional de la política mundial. Para que se abra un proceso contra Asad en la Corte Penal Internacional se requiere el consenso del Consejo de Seguridad de la ONU, algo que no ha sido posible por el veto de Rusia. Es solo política”.

La justicia francesa en este momento lleva el caso, pero existen varios problemas. No hay un individuo acusado, porque no se puede abrir un juicio contra alguien que no resida o esté en Francia. Eso a menos que haya víctimas con nacionalidad francesa. Los investigadores llevan ocho meses buscando una persona que cumpla esa condición, pero sus intentos han sido infructuosos por ahora.

“Tenemos que esperar, pero el hecho de que no tengamos un proceso por ahora en el mundo, se debe a razones políticas, fundamentalmente, aunque también hay trabas legales”, lamenta.

Entretanto, Asad se intenta legitimar ante la comunidad internacional vendiéndose como un “mal menor”, frente al absurdo y salvajismo del Estado Islámico. El mundo todavía debate si la persona al frente de una dictadura que ha tiranizado de esta forma a su pueblo podría hacer parte de un futuro para Siria.

“Las potencias están asustadas. La experiencia en Irak, en la que tumbaron un dictador para pasar a la caótica situación de ahora —en la que se consolidó el propio EI—, les preocupa. Sin duda algo del régimen tendrá que seguir, pero no entiendo cómo podrían aceptar que Asad no sea juzgado por esta guerra. Así no habrá paz”, concluye.

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Garance no se puede sacar una de las 55.000 fotos de la cabeza. Un primer plano de un huesudo anciano muerto, mirando hacia arriba como sediento entre el desierto: “es más fácil hablar de ella ahora que ha pasado el tiempo. Pero no sé qué me conmovió tanto de esta persona. Tal vez sea el hecho de que tenía pañal, por lo que era una persona incontinente. Lo hacía vulnerable, inofensivo. Creo que sacaba a flote mis propios traumas y temores. Quería destruir mi cuarto, gritaba y lloraba. Pero sabía que los sirios seguían sufriendo, que confiaban en mí y que la labor de escribir este libro, por tanto, era un honor”.

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