Terror, explosiones, sangre y sobretodo humo, mucho humo. Elevándose a las nubes, visible desde kilómetros. Se acababa de encender la llama de venganza que impulsó al gigante norteamericano a la Segunda Guerra Mundial (SGM).
Hoy miércoles 7 de diciembre el mundo conmemora 75 años del ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor, un suceso que perduró seis décadas como el único ataque externo que había sufrido Estados Unidos en su propio suelo —hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001—.
Como pasó cuando las torres gemelas se desplomaban sobre Nueva York, el efecto geopolítico que tuvieron los barcos hundiéndose en el océano Pacífico tuvo muchas similitudes: la potencia se vio forzada a entrar en guerra; en vez de causar derrotismo, la población estadounidense se unió por una causa; y por ende se movilizaron toda suerte de recursos para derrotar a ese mal que tomó por sorpresa a la nación.
Mientras que empiezan distintos homenajes a los más de 2.500 caídos —el primer ministro japonés, Shinzo Abe, visitará Pearl Harbor el día 27, aunque no pediría perdón—, EL COLOMBIANO repasa las causas e implicaciones de este suceso crucial en el siglo XX.
Una guerra evadida
El 8 de diciembre de 1941, un día después de ocurrida la tragedia, en Washington el apoyo de los congresistas a que Estados Unidos declarara la guerra al Imperio de Japón fue prácticamente unánime —el voto quedó 82 - 0 en el Senado y 388 - 1 en la Cámara—. Lo paradójico es que, desde 1939, los estadounidenses rehuían a la idea de respirar los vientos de conflagración que llegaban desde Europa.
“Franklin D. Roosevelt había ganado las elecciones de 1940 comprometiéndose a no declarar la guerra contra el Eje. Toda la campaña estribó sobre la no intervención. Por tanto, así hubiera intentado hacerlo, el sentimiento generalizado se lo hubiera impedido, algo que también era evidente en ambas cámaras del Legislativo, que eran anti-intervencionistas. Pero tras el ataque, la rabia e indignación frenó toda oposición a entrar en la guerra”, relató David Solar, historiador, periodista y fundador de la revista La Aventura de la Historia.
De allí, desde el Discurso de la infamia pronunciado por Roosevelt ante un por entonces “dramático y emocionante” apoyo bipartidista —”no importa cuanto tiempo nos tome superar esta invasión premeditada, el pueblo estadounidense con su honrada fuerza triunfará hasta la victoria absoluta”—, todo fue un efecto dominó.
“Al día siguiente del ataque a Pearl Harbor, pensando que Japón había dado un golpe decisivo, Hitler declaró la guerra a Estados Unidos. Alemania cometió así un grave error, porque si ya los norteamericanos proporcionaban dinero y apoyo a Reino Unido desde la ley “Cash and carry” (1939), ahora los tendrían en el frente europeo”, agregó Solar.
Los generales nipones pensaron erróneamente que destruyendo los viejos acorazados que estaban atracados en Pearl Harbor darían un golpe mortal a la flota estadounidense. Esta idea se esparció como un virus entre los aliados almirantes alemanes e italianos. Como se demostró paulatinamente tras la entrada de EE. UU. a la guerra, el verdadero poder de la contienda naval radicaría más bien en los portaaviones. Japón y el Eje pagarían caro ese error.
Una traspié para ganar
En Londres, a las 9:00 p.m de ese 7 de diciembre, Winston Churchill recibía la noticia por radio. “Los estadounidenses sufrieron cruento ataque en Hawái”. En vez de lamentarla, la celebró con Cognac y su habitual tabaco, tal como quedó registrado en numerosas biografías sobre el líder. Era consciente de que el hecho empezaría a decidir la contienda.
- “¡Gracias a Dios! ¡Dios nos bendiga!”.
Llevaba años intentando que el crucial aliado entrara en guerra, y no quería que nadie se fuera del lugar.