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En un día como hoy, hace 30 años, EE.UU. invadía Panamá

  • Incendio en el barrio El Chorrillo, sede de las Fuerzas de Seguridad Panameña, el cual fue destruido durante la invasión. FOTO: SSTOCK
    Incendio en el barrio El Chorrillo, sede de las Fuerzas de Seguridad Panameña, el cual fue destruido durante la invasión. FOTO: SSTOCK
  • El general Manuel Antonio Noriega. FOTO: Archivo EL COLOMBIANO
    El general Manuel Antonio Noriega. FOTO: Archivo EL COLOMBIANO
  • Imagen de archivo del 23 de diciembre de 1989. Un soldado estadounidense guía a uno de los helicópteros que participaron en la invasión. FOTO: AFP
    Imagen de archivo del 23 de diciembre de 1989. Un soldado estadounidense guía a uno de los helicópteros que participaron en la invasión. FOTO: AFP
  • Imagen de archivo de las tropas estadounidenses celebrando Navidad durante la invasión en Ciudad de Panamá. FOTO: AFP
    Imagen de archivo de las tropas estadounidenses celebrando Navidad durante la invasión en Ciudad de Panamá. FOTO: AFP
  • Mural en Ciudad de Panamá, alusivo a la invasión estadounidense. FOTO: EFE
    Mural en Ciudad de Panamá, alusivo a la invasión estadounidense. FOTO: EFE
19 de diciembre de 2019
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Hace 30 años, el 20 de diciembre de 1989, Estados Unidos sacó a Manuel Antonio Noriega del poder en Panamá. Fue la última intervención directa de la potencia en esta parte del continente. EL COLOMBIANO habló con los testigos de ese hecho histórico.

El empresario José Raúl Mulino llegó apurado a su oficina, la dirección de la Asociación Panameña de Ejecutivos, y miró con desprecio la portada del diario La Estrella de Panamá de ese día, 19 de diciembre de 1989, en la que aparecía el general Manuel Antonio Noriega posando con tropas en los puertos de Colón. Jugaba a lo mismo que durante toda esa semana: a librar una guerra con Estados Unidos que, además de en su imaginación, solo sucedía en las pantallas de los televisores y en las portadas de los diarios.

Mulino iba tarde para una cena de Navidad en el Club Unión y no tenía tiempo para disgustos. Le sobraba, en cambio, para la política. Sus palabras más tarde ante los colegas que, como él, llevaban varios meses presionando para la salida de Noriega del poder, concluyeron con un mensaje de aliento: “Esta es la última Navidad. Algo va a pasar. Y lo que sea, solo puede ser para mejor”.

Mientras Mulino soltaba la copa, a unos 12 kilómetros de allí, en la zona de Panamá Viejo, la policía en ejercicio Trinidad Ayola levantaba temblando una bocina de teléfono de su casa y buscaba las palabras para preguntarle a su esposo, Octavio Rodríguez, capitán encargado de custodiar el helicóptero y el avión privado del general, aquello que no se podía preguntar: ¿Era golpe de Estado o invasión?

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“Quédate cuidando a mi hija, no te muevas”. Fue todo lo que él respondió. Eran las 11:30 pm. Una hora y media después, siendo ya 20 de diciembre de 1989, Trinidad volvió a marcar al hangar. Nadie contestó.

El general Manuel Antonio Noriega. FOTO: Archivo EL COLOMBIANO
El general Manuel Antonio Noriega. FOTO: Archivo EL COLOMBIANO

Cuerda tensada

Noriega, un antiguo informante de la CIA que ganó poder a la sombra del oficial Omar Torrijos y luego lo sucedió al frente de la dictadura militar panameña, se enemistó con Estados Unidos en una época en la que ese país aún se reservaba la opción de, una noche, levantar a los presidentes latinoamericanos de sus camas para informarles que su tiempo en el poder había terminado.

En 152 años, entre 1831 y 1983, Estados Unidos incursionó militarmente en 20 ocasiones en 12 países del continente. Con el régimen panameño, sin embargo, mantenía una relación cordial desde la firma de los tratados Torrijos-Carter, en 1977, en los que se decidió que el canal que conectaba el Pacífico y el Atlántico, regentado desde principios de siglo por la potencia norteamericana, sería devuelto definitivamente en 1999, antes del cambio de milenio.

EE. UU. se comprometía, además, a defender el canal hasta que llegara esa fecha, por lo que, de facto, con 12.000 soldados estadounidenses en las bases de la rivera del cruce transoceánico, Panamá era un país invadido antes de que se diera ninguna orden.

Ese era el tablero para Noriega cuando a mediados de los 80 comenzó a contradecir los intereses norteamericanos y a ser objeto de acusaciones de narcotráfico, a las que sumó un control cada vez más represivo del Estado. Su caída terminó de definirse en 1989, cuando añadió a la crisis económica desatada por el bloqueo estadounidense el desconocimiento de las elecciones que ganó el opositor, Guillermo Endara.

Imagen de archivo del 23 de diciembre de 1989. Un soldado estadounidense guía a uno de los helicópteros que participaron en la invasión. FOTO: AFP
Imagen de archivo del 23 de diciembre de 1989. Un soldado estadounidense guía a uno de los helicópteros que participaron en la invasión. FOTO: AFP

La cuerda estaba puesta sobre el cuello de Noriega; la duda era quién tiraría de ella. El voluntario surgió de su propio círculo íntimo: el capitán Moisés Giroldi, salvador de Noriega un año antes en un anterior intento de derrocamiento, y ahijado de matrimonio del general.

Se ofreció confiado en una promesa, un pacto con el Comando Sur de Estados Unidos que entraría a apoyar a los golpistas una vez estos tuvieran a Noriega, y con la certeza personal de que, una vez acorralado, su compadre entendería que era la forma de evitar una invasión.

Fueron 5 horas que pudieron cambiar la historia. A las 7:10 am del 3 de octubre de 1989, Giroldi recibió a Noriega en La Comandancia del barrio El Chorrillo, centro de operaciones de las Fuerzas de Seguridad. A las 8 am, cuando llegó Daniel Alonso, jefe de prensa de las fuerzas armadas, Noriega le pareció un espectro del pasado.

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Alonso volvió a las 9:30 am de dar el mensaje de triunfo en la Radio Nacional, pero para entonces los semblantes de Noriega y Giroldi se habían intercambiado: el general, quien no había sido esposado ni limitado para hacer llamadas, hablaba con la confianza de un jefe de Estado, mientras, en una esquina, Giroldi miraba al suelo y balbuceaba órdenes, rodeado de aliados que seguían llamando al Comando Sur sin recibir respuesta.

La mirada del capitán a las 10 am, el último recuerdo que Alonso tiene de él, era la de un hombre que ha descubierto, demasiado tarde, que la historia lo ha desechado. Horas después, A la 1 pm, Noriega recuperó el control de Panamá, aunque solo lo mantendría por dos meses más. Su compadre, detenido, abordó un helicóptero hacia la base militar de la Compañía Tigres. Fue asesinado a la mañana siguiente.

Invasión

A salvo en su cama, de regreso del coctel, a Mulino le pareció que oía truenos. Descartó rápidamente la idea: ninguna tormenta podía hacer detonar el cielo de esa forma. Se levantó para comprobar, caminó hasta la sala y lo vio: las balas trazadoras sobre la Ciudad de Panamá, la llama anaranjada en el cuartel del barrio El Chorrillo que iluminaba en la noche los helicópteros Apache y los aviones de armamento pesado AC-130 que sobrevolaban la capital.

Volvió a la sala y encendió el televisor para entender qué pasaba, pero los canales mostraban una imagen estática: el logo del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Solo transmitía la cadena estadounidense CNN, así que durante las horas de ese 20 de diciembre, Mulino supo del exterior por solo dos medios: su ventana y un canal del país extranjero que los estaba invadiendo.

En la calle, veía pasar camiones cargados de muertos, sin saber sus bandos. Las morgues, pensó, iban a colapsar. Después de todo, estaban hechas para los tiempos en los que la muerte es una eventualidad que toma a las personas de una en una, y no para albergar los cuerpos de 500 personas asesinadas en un día.

Imagen de archivo de las tropas estadounidenses celebrando Navidad durante la invasión en Ciudad de Panamá. FOTO: AFP
Imagen de archivo de las tropas estadounidenses celebrando Navidad durante la invasión en Ciudad de Panamá. FOTO: AFP

El bombardeo, explicaba la transmisión de CNN, había golpeado los puntos clave del poder militar panameño: ya no existían los cuarteles de El Chorrillo, Tijanitas, Panamá Viejo, Los Pumas, entre otros; también habían atacado las vías de escape de Noriega, como el hangar del aeropuerto en Punta Paitilla donde guardaba sus aeronaves privadas.

Ese dato también lo supo Trinidad, pero por sí misma, cuando llegó al hangar a las 7 am, luego de la tercera llamada sin contestar de su esposo. Desde allí, a unos cientos de metros, distinguía los aviones volcados y teñidos de negro por las bombas, pero no la nacionalidad de los soldados que los custodiaban. Se aclaró un poco cuando, al verla, varios empuñaron sus armas.

Salió de allí con prisa, como si fuera hacia un lugar concreto, pero la suya era una urgencia vacía, sin destino. Volvió a su casa, sin apenas prestar atención a los combates que, supo luego, había en las zonas por las que pasó.

Pero no se quedó mucho. No pudo seguir evitando los hospitales. Salió con un vecino y, en el camino, cayó en uno de los retenes instalados por los estadounidenses. Trinidad aprovechó para desahogarse: “¿Ustedes por qué vienen aquí a matar a tanta gente?”, le gritó a uno. “¿Quién justifica tantos muertos para llevarse a un hombre?”. El militar la miró confundido, y ella tardó unos segundos en comprender lo que pasaba: no hablaban el mismo idioma.

Un hilo roto

La operación se llamó Causa Justa, como si diera excusas de antemano. Dejó 205 soldados panameños muertos, 24 estadounidenses, y, según Naciones Unidas 500 civiles asesinados, aunque las cifras son investigadas por la Comisión de la Verdad que fue creada en 2014.

Los militares tardaron 4 días en someter a los focos fieles a Noriega, y 13 en capturar al dictador. No lo vencieron, al final, con tanques o aviones, sino con megáfonos. Lo hicieron salir de la embajada del Vaticano, donde encontró refugio, con un concierto a todo volumen del “rock and roll más insufrible de los 80”, que según recuerda Mulino retumbó durante 8 días continuos en las paredes de Ciudad de Panamá, mientras las víctimas seguían hallando y enterrando a sus muertos.

Mural en Ciudad de Panamá, alusivo a la invasión estadounidense. FOTO: EFE
Mural en Ciudad de Panamá, alusivo a la invasión estadounidense. FOTO: EFE

El 31 de diciembre, cuando Daniel Alonso sobrevoló en un helicóptero estadounidense la capital luego de ser liberado de la isla carcelaria en la que fue detenido por su intento de rebelión, encontró con que el barrio de El Chorrillo, y muchos de los que había conocido allí, ya no existían. Eran una mancha negra desde el aire.

Fue cuando supo que no había sido salvado. “Venía feliz, contando los segundos para ver a mi esposa, a mis hijos, a mis padres. Pero al ver la ciudad se fue la alegría. Panamá no merecía eso. Si ese es el costo de la libertad, hubiera preferido volver a mi celda”.

Esa es, en esencia, la pregunta con la que carga Panamá hace tres décadas: ¿Cuál fue el precio? Uno de ellos es la falta de certezas: la razón por la que Estados Unidos prefirió destruir hasta sus cimientos las Fuerzas de Seguridad, en lugar de sacar a Noriega, como había pactado con Giroldi. O la cifra real de muertos, que aumenta año a año como si la invasión nunca fuera a terminar del todo.

Noriega, quien pasó 22 años en cárceles extranjeras hasta su extradición a Panamá en 2011, dijo en una de sus últimas declaraciones sobre la invasión, antes de su muerte en prisión en 2017: “Ya nadie sabe lo que pasó y cada uno cuenta la historia como le da la gana”.

Quizá ese es el costo de una invasión, perder el hilo de la historia, romper en nombre de proclamas de salvación el relato de una sociedad y obligarla a pasar las próximas décadas recogiendo los fragmentos, los cuerpos, y las culpas.

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