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Azul y rojo: la anatomía disímil del votante de Clinton y Trump

A la demócrata la apoyan las minorías, las mujeres educadas y abiertas. Al republicano lo respaldan el hombre blanco, adulto, protestante y angustiado.

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01 de agosto de 2016
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Infográfico
Azul y rojo: la anatomía disímil del votante de Clinton y Trump

El bipartidismo se acentúa como nunca en Estados Unidos. El Centro de Investigación Pew reveló que a medida que los republicanos y demócratas se han vuelto más negativos acerca de lo que piensan de sus adversarios políticos, también ha crecido, “como nunca”, el descontento por presidentes electos en el bando contrario.

La satisfacción media de Barack Obama, por ejemplo, es de solo el 14 % entre los republicanos, mientras que su aprobación promedio entre los demócratas es del 81 %. Durante el periodo de George W. Bush, su promedio de índice de respaldo general entre los demócratas era de apenas el 23 %, cuando en promedio el 81 % de los republicanos estuvo satisfecho con su mandato.

La historia y la esencia del partido, pero también el carácter de sus representantes, dejan una brecha abismal entre los votantes, que pasa por lo racial y cultural y se profundiza con lo ideológico.

Así las cosas, el electorado de Hillary Clinton, candidata demócrata, bien podría separarse del de Donald Trump, republicano.

La revancha de los blancos

“La mayoría de los que se han declarado a favor de él pertenecen a un grupo fiel, visceral, con un vínculo emotivo de identificación y que ha prometido lealtad al Partido Republicano desde hace tiempo. Por eso, aunque él haga cualquier ridiculez, no pasa nada, sus seguidores se mantienen”, detalla José Gabilondo, politólogo e internacionalista de la Universidad de La Florida.

Los sentimientos de ese electorado también son particulares: “Es una población que está apartada y sola y que se siente amenazada y confundida con la hiperglobalización”, explica Emilio Viano, catedrático de la American University.

Y es que según dice, en los últimos 50 años Estados Unidos vio cómo un movimiento que buscaba justicia y equidad fue escalando todas las esferas hasta conseguir victorias en las condiciones laborales de hombres y mujeres, en la recepción de inmigrantes de todo el mundo, en la apertura de tratados de libre comercio con el hemisferio sur y en el respeto por los derechos de homosexuales y personas de color.

“Y como no hay nada gratuito, y como todos los cambios tienen sus consecuencias, alguien tenía que pagar el precio de esa lucha, y resultó ser el hombre blanco, que hoy está casi al final de la cadena de valor de los Estados Unidos”, continúa Viano, y añade que de esa situación tomó provecho Trump.

“La generación confundida y apartada, que quiere mejores salarios, que lidia con el resentimiento racista y que en su mayoría ignora los datos cuando va a elegir por quién votar, le dará su apoyo al millonario”, concluye el experto, advirtiendo que si la presidencia queda en sus manos, habrá ganado la idea de que hay que romper el establecimiento de Washington.

En eso concuerda Gabilondo, para quien Trump también representa lo que era la democracia de hace un siglo, antes de la profesionalización de la política: un líder que responde al blanco de la clase media o baja, con mal inglés, que tiene una forma tosca de hablar y de andar y que parece no muy bien educado.

No obstante, esas características, que conectan a las clases populares, coexisten con la ironía de que el magnate es un millonario de Nueva York, que se enfrenta además a una mujer (la primera en ser candidata a la presidencia de Estados Unidos), y que representa todo lo contrario: “respuestas sofisticadas, matizadas, programáticas”.

La fuerza de las minorías

“Las mujeres se inclinan más hacia Hillary, los afros y los hispanos se inclinan más hacia Hillary, los jóvenes se inclinan más hacia Hillary y los más educados la prefieren”.

La candidata demócrata parece acaparar en su electorado la suma de unos sectores clave en esta carrera por la Casa Blanca, dice Yann Bassett, director del Observatorio de Procesos Electorales (OPE) de la Universidad del Rosario.

Su punto central de apoyo es la mujer educada y trabajadora, por eso no fue tan difícil acoplar promesas de su excontrincante en las primarias Bernie Sanders, como ampliar la educación pública en universidades de estado y extender la licencia de maternidad.

La exsecretaria de Estado le habla también a la población de las costas, a sectores urbanos más modernos, menos conservadores y relacionados con la educación universitaria, que buscan verse representados por el continuismo de las políticas del presidente Barack Obama.

“Estos votantes necesitan escuchar el “sí es posible” de Obama, saber que todo está bien, que Estados Unidos sigue siendo el país más poderoso del mundo y que Trump exagera con su pesimismo”, afirma Viano, y alerta que el peligro que corre la candidata es perder a los indecisos (tal vez los votos cruciales) por complacer a su base.

En ese sentido, Juan David Escobar, del Centro de Pensamiento Estratégico de la Universidad Eafit, afirma que el espectro amplio de los partidos en Estados Unidos deja a los de centro sin ninguna filiación: “Esos que tienden a ser más conservadores, aunque estén entre los demócratas, y esos que son izquierdistas aunque estén en las filas de los republicanos”.

Ahí, dice, se encuentran los dudosos, los volátiles, aquellos que no están convencidos del todo ni son fieles correligionarios, pero que tampoco se van al otro bando. “Son pragmáticos. Escogen dependiendo de la coyuntura”, describe el experto.

No obstante, en ese centro, donde confluyen rojos y azules, hay algo en común que tanto Hillary como Trump deberán usar a su favor: “están enojados, angustiados, sienten que desde hace mucho no veían a su país con tanta incertidumbre. Por eso, dependiendo de su nivel de desespero es que van a votar”, agrega Escobar.

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