Se decía durante el reinado de Felipe II, en el siglo XIV, que en el imperio español el sol nunca se ocultaba. Tan inmenso y abarcador que ni siquiera la luz podía escapar de él. Tan poderoso que allí donde hubiera tierra había una bandera española clavada. O inglesa. O rusa. La muletilla se ha replicado con los siglos, al son del nacimiento y caída de imperios, sucesivos sueños de control total que durante más o menos tiempo sobrevivieron. Junto a la bandera, el verde militar destinado a defender la presencia en el nuevo mundo conquistado.
“Todavía hoy una forma efectiva y relevante de proyectar la influencia de un país es a través de la presencia militar”, explica Alejandro Godoy, especialista en geopolítica y profesor de la Universidad Militar Nueva Granada. Todavía hoy el mundo es un tablero en el que los jugadores van dejando fichas en determinadas zonas, tomando su control y el de su zona de influencia. Clavando ojos y oídos que miran y escuchan atentos al mínimo crujir de una hoja o chapoteo en una ola, las bases militares están incluso en lugares donde la vida normal y corriente ha tardado en llegar.
Allá al norte más norte del planeta, donde la temperatura llega a menos 42 grados centígrados, un trébol rojo y azul irrumpe el mar interminable de nieve. El Ártico ha estado allí durante miles de años, pero solo hasta hace poco, y producto del calentamiento global, se ha vuelto accesible. A finales de 2017 Rusia inauguró la base militar Nagurskoye, mejor conocida como “Trébol del Ártico”.
La base “refuerza la presencia militar rusa en una región en creciente tensión por la potencial existencia de numerosos recursos estratégicos de gran valor”, analiza el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE). Vladimir Putin, el presidente ruso, ha calculado el valor de la riqueza mineral del Ártico en 30 billones de dólares. En realidad, Nagurskoye ya tenía una pista aérea de los tiempos de la Unión Soviética, que la construyó en el marco de la Guerra Fría que peleaba con Estados Unidos, hace más de 40 años.
“Ambas naciones desarrollaron una intensa política durante esos años que consistió en tomar posiciones a través de bases militares. Muchas actuales son herencia de esos tiempos”, explica Godoy. Nagurskoye es una de ellas. Y si bien ya no hay Guerra Fría, a pocos kilómetros del “Trébol del Ártico” se sitúa Noruega, un país integrante de La Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que ya ha mostrado su malestar por los movimientos rusos.