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Cuando dos personas le dijeron al candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, John McCain, que les generaba temores que su rival, el demócrata Barack Obama, fuera negro y árabe, el 10 de octubre de 2008 en un mitin en Minnesota, en lugar de hacer eco a ese rumor que se venía expandiendo como pólvora en la base del electorado, el senador por Arizona optó por defenderlo.
“No señora, es un hombre decente y de familia con quien resulta que tengo diferencias en aspectos fundamentales”, respondió McCain a una mujer que se manifestó desconfiada por la presunta ascendencia árabe del, a la postre, ganador de las elecciones.
Aunque en su momento se ganó algunos abucheos del sector más radical del público y posteriormente habría de ser derrotado en las elecciones, esta actitud de McCain fue la virtud que lo definió en sus 30 años como senador, en donde le llamaban “maverick” o “renegado” o “rebelde”, traducido al español.
Dentro de las huestes republicanas, sabían que el héroe de la guerra de Vietnam no temía chocar con sus propios compañeros si creía que era lo correcto. Con su muerte, el sábado a los 81 años, producto de un agresivo cáncer en el cerebro, el Grand Old Party perdió al último referente del conservadurismo clásico estadounidense.
Así como defendió a Obama de los rumores de la propaganda negra en toda esa campaña, también causó revuelo cuando apoyó a los nominados del presidente demócrata Bill Clinton para la Corte Suprema, al considerarlos más óptimos para el puesto, y luego, cuando se opuso a varias reformas de su copartidario y presidente George W. Bush.
La más reciente de sus batallas por lo que consideraba correcto fue justamente contra el actual presidente, Donald Trump, de quien expresó sus dudas desde el mismo inicio de la contienda.
“McCain fue un viejo republicano, de la línea ortodoxa del partido y de los últimos de esa ala. Esa ideología lo mantuvo alejado de Trump y conllevó a que se acercara al pensamiento demócrata en los últimos dos años”, explica Felipe Buitrago, analista internacional de la U. de Antioquia.
Por ello, fue justamente McCain el que asestó el que es hasta ahora el mayor golpe que recibió el magnate en su paso por la Casa Blanca.
El 28 de julio pasado, fue uno de los tres senadores republicanos que votó en contra del proyecto de ley para reemplazar la reforma de salud de Obama, llamada Obamacare, para finalmente hundirlo. Esta había sido una de las principales promesas de campaña de Trump y uno de los suyos le impidió sacarla adelante.
Sin embargo, McCain consideró que no suponía una “reforma significativa” y que no hubiera “mejorado la atención médica a los estadounidenses” y tal como lo predicó toda la vida, voto en función de sus creencias y no de la política.
“Aunque era un republicano, su pensamiento estuvo enfocado en la unificación de la política norteamericana, no creía que los políticos debían ser tan opuestos y debían pensar en el bien común”, recalca Buitrago, quien sostuvo además que “no fue presidente porque no tenía las mayorías de su partido, no fue cercano a la Asociación del Rifle y siempre tuvo un tono conciliador, lo que le hacía simpatizar entre ambos extremos”.
Con su fallecimiento, la política estadounidense pierde también una de las últimas voces conciliadoras en un país cada vez más dividido por la dirección que viene tomando la Casa Blanca con Trump.
No obstante a pesar de su condición de héroe de guerra y modelo de rol clásico norteamericano, blanco, religioso y conservador, McCain se va de este mundo sin haber alcanzado la presidencia.
El investigador en geopolítica Juan David Escobar, afirma que “aunque McCain tenía esa carga simbólica, nunca se dio la coyuntura para que él fuera presidente. Por ejemplo, en Francia, cuando fue elegido Charles de Gaulle en 1959 respondió a un momento coyuntural, en que la sociedad se da cuenta de que la clase política no le da la respuesta y por eso buscan alguien que represente los valores tradicionales de la nación”.
En ese sentido, agrega que el senador de Arizona no tuvo esa oportunidad porque, aunque representaba la esperanza de un centro moderado, no era un hombre de muchos amigos y alianzas en la política y al que le llegara a un amplio espectro en Washington.
A pesar de todo, fue por esa filosofía de vida que se ganó el respeto que confiere un funeral cuyos elogios estarán a cargo de dos expresidentes en bandos contrarios, Obama y George W. Bush, y al que, de paso, no está invitado Donald Trump. Lo reemplazaría el vicepresidente Mike Pence.