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La idea era instalar una bomba en la puerta de su residencia, entrar corriendo con armas blancas —como si a la entrada no hubiera ningún agente de seguridad para proteger a la primera ministra británica—, subir las escaleras y buscar el cuarto de Theresa May para asesinarla a puñaladas.
Suena a una escena de una película inverosímil, tan poco eficaz en convencer a los que la ven. Así fue el anuncio del MI5, servicio británico de inteligencia interior, acerca de la captura de dos personas que intentaban atentar contra la mandataria. La noticia causó no solo preocupación pública —los procesados Naa’imur Rahman y Mohammad Imran fueron acusados el jueves de terrorismo e intento de homicidio— sino, a la vez, suspicacia en las calles.
Esto por la forma absurda y extravagante en que los sospechosos supuestamente la pretendían liquidar. “¿Cómo lo pensaban lograr?”, es el tema del que se habla en los medios y entre los ciudadanos en Londres por estos días.
Como se vea, el intento de asesinar a May no es ni el más absurdo ni el menos eficaz en la historia de los magnicidios. Si se mira por lo bajo, basta con revisar la historia del líder cubano Fidel Castro —fallecido por causas naturales hace un año— para encontrar toda suerte de planes extravagantes en su contra.
“Fidel Castro es el caso emblemático de dictador que muere en la cama a pesar de numerosos y chapuceros intentos por eliminarlo. Desde cigarros explosivos a disparos, sobrevivió a todos”, consideró José Ángel Hernández, director del Departamento de Historia de la Universidad Sergio Arboleda.
Con él coincidió Brian Latell, exespía de la CIA en Cuba y exdirector de Inteligencia de EE. UU. para América Latina, quién siguió muy de cerca algunos de los intentos: “hubo innumerables ideas que se manejaron pero solo tres planes realmente serios para asesinar a Fidel: el principal de ellos fue impulsado por Robert Kennedy —creo que bajo órdenes de John F. Kennedy— en 1963, y buscó utilizar a un comandante cubano entrenado por la CIA para envenenarlo, el problema es que era un doble agente y en realidad nunca trabajó para EE. UU. De los otros dos intentos, llevados a cabo con la colaboración de exiliados cubanos, no puedo dar información porque ellos no quieren que se sepan los detalles”.
Pero Latell, uno de los que más combatió a Fidel desde la orilla enemiga, admitió que el hecho de que tantos intentos para asesinarlo hayan sido frustrados obedece, primordialmente, a “su impecable esquema de seguridad y contrainteligencia”.
De modo que Fidel se cuidaba muy bien las espaldas, mientras que su rival por varios años, el presidente estadounidense John F. Kennedy (JFK), no lo hizo igual el 22 de noviembre de 1963. Con un rifle de precisión, Lee Harvey Oswald lo ultimó mientras este recorría en carro el centro de Dallas.
“Sin duda, aunque ya se ha modernizado mucho, el esquema de seguridad presidencial de entonces en EE. UU. era deficiente y de allí la facilidad con la que JFK fue asesinado”, dijo Latell.
Hernández coincidió al recordar que, décadas después, el presidente Ronald Reagan estuvo a punto de ser asesinado (30 de marzo de 1981). Él y sus asesores recibieron disparos mientras salían de un foro en el Hotel Hilton de Washington. Su secretario de prensa, James Brady, murió. Per él sobrevivió tras una compleja operación para sacarle una bala a 2,5 cm del corazón.
Tal como recalca el historiador Hernández, el magnicidio es tan antiguo como la humanidad: “ha sido una constante en la historia, unas veces visto como algo execrable, como con Kennedy o Olof Palme en Suecia (1986), por ser estos admirados por la opinión publica. Pero otras veces es visto como liberador, como el asesinato de Muammar Gaddafi, o los atentados contra Adolf Hitler”.
En estos últimos casos, como ocurrió con una turba linchando y disparándole a quemarropa al dictador libio el 20 de octubre de 2011, la intención de los perpetradores pareció ser la de mejorar la historia, pero no siempre esto fue así —como demostró Libia en sus años de inestabilidad y guerra—.
La historia parece avanzar de un modo caprichoso, ya que por otro lado, Hitler, quien fue objeto de varios intentos de asesinato, llegó a creerse blindado por “el destino” al salir indemne de tantos atentados.
Como explicó David Solar, fundador de la revista española La Aventura de la Historia, el líder nazi no pudo ser asesinado en distintas ocasiones y por varias facciones, pero el motivo liberador y la nacionalidad del autor fue siempre la misma.
“Todos los atentados fueron perpetrados por alemanes, y los más relevantes por oficiales, coroneles y generales. Fundamentalmente se trataba para todos de frenar la guerra. Por eso es que después de la Batalla de Stalingrado los intentos de asesinar a Hitler se multiplicaron, porque todos tenían la certeza de que se iba a perder la guerra y había que buscar la paz”, explicó.
Sin importar el motivo y la época, el magnicidio sigue vigente y como azarosa amenaza de torpedear, para bien o para mal, la historia de las naciones.
Salsero a ultranza. Volante de salida. San Lázaro me protege antes del cierre. Máster en Periodismo - El Mundo (España). Redactor Internacional - El Colombiano.